22/05/2025
 Actualizado a 22/05/2025
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Ha tenido que llegar Eurovisión para que nos demos cuenta de la masacre que Israel está perpetrando en Gaza, del tiempo de muerte, hambre y destrucción que está sufriendo la sociedad civil como daño colateral del intento de acabar con los terroristas de Hamás. Ha tenido que estar a punto de ganar para que todo el mundo se haya echado las manos a la cabeza, pero en realidad la política ya había metido sus sucias manos a la hora de hundir aún más el prestigio de un festival que en su día valoraba las canciones buenas o las voces afinadas y no las atracciones circenses o los espectáculos pintureros.

Por eso, lamentablemente, la magnífica intérprete de Israel no quedó en segunda posición por su valía, sino únicamente por cuestiones que no tienen nada que ver con la música y que sí tienen todo que ver con ese manoseo polarizador que la política de hoy en día tiende a practicar con cualquier cosa y que se acaba trasladando incluso a quien llama para votar por la canción o el show que más le ha gustado.

Al lado izquierdo del ring, los que aparentan estar indignados por la participación de Israel en el festival y han optado por ir allí montar el numerito en lugar de haber anunciado en enero que no estarían en Basilea para dejar meridianamente claro ese rechazo al genocidio que están perpetrando. Y al lado derecho, los que reconocen sin que se les encarnen los carrillos que han votado a Israel sin ni siquiera haber escuchado la canción. 

Todo muy acorde a los valores europeos, fíjese usted. Pero bueno, no debería sorprendernos lo que ha ocurrido con Eurovisión si tenemos en cuenta que hasta la limpieza de una ciudad venida a pueblo como León está politizada, como si no tuviera nada que ver con la falta de civismo de la gente o con el dinero que haya en caja en cada momento para tener contenta a la plantilla del servicio con pluses y mejoras en los medios materiales con los que han de velar por el ornato público.

Sin embargo, sigue habiendo cosas que parece –sólo lo parece– que nos unen a todos. Ahí están los bares –qué lugares– como uno de los grandes pilares de la economía de unos cuantos para los que nada es suficiente, si siquiera que se permitan definitivamente las terrazas de la pandemia, suprimidas en otras muchas ciudades. Y lo último han sido las quejas de algunos hosteleros por las saetas que podían escucharse en Semana Santa en algunos rincones del Húmedo. ¿Se pondrán alguna vez en el pellejo de los pocos que quedan ya viviendo junto a sus locales todo el año?

Y es precisamente la pasión otra de las cosas que parece que nos une, porque estamos siempre a la gresca, pero nadie abre la boca cuando a unos cuantos se les da dinero de todos para que puedan ir a Roma unas semanas después de que nos hayan cobrado para poder sentarnos en una silla a ver su espectacular Encuentro en una plaza que también es de todos. 

¿Moraleja? Que tanto en Europa como en León la unidad se resume en que, para que haya listos, tiene que haber tontos.

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