04/07/2023
 Actualizado a 04/07/2023
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Me cuesta entender la política sino es desde una perspectiva ideológica conforme a la cual, en el marco de nuestra cuarenteañera democracia, se trabaje para construir el modelo de sociedad que cada opción política cree mejor, más justo y conveniente. No se preocupen, el repentino y asfixiante calor al que el cambio climático nos somete de forma cada vez más preocupante no me ha derretido la sesera aún, no es mi intención someterles a una romántica explicación de lo que debería ser la política desde mi punto de vista, ni tengo ganas de contribuir a que me vean como una abuela cebolleta con eso de que todo tiempo pasado fue mejor, seguiré fiel a mi generación y seguiré intentando parecer más joven de los que soy aunque no me resista a comentar que el panorama político actual, en plena campaña de unas generales, ya no lo reconoce ni la madre que lo parió como decía Guerra, al que por cierto tampoco reconozco ya, no sin cierta pena. Cada vez tengo menos dudas de que la política es un reflejo del pueblo que pretende representar, sólo hace falta darse un paseo por Twitter (si nos dejan), ponerse en una cola o circular en hora punta por una ciudad para darnos cuenta. Innumerables proyectos individuales incapaces de ponerse de acuerdo ni para la más intrascendente decisión. Tras los resultados de las pasadas elecciones municipales y autonómicas sonó el silbato de ‘tonto el último’ y hemos asistido a las más rocambolescas situaciones, como la protagonizada por la candidata del PP a la presidencia de Extremadura. Llámenme ingenua y desfasada pero no alcanzo a comprender como puede seguir en su puesto alguien que un día dice que no gobernará con Vox por cuestiones ideológicas y al día siguiente sin rubor dice que sí, que es más importante Extremadura (quería decir los intereses del PP en su estrategia de pactar con la ultraderecha el gobierno de España que en castúo se dice ‘Extremadura’) que su palabra, que la palabra de quien va a ostentar la mayor responsabilidad del Gobierno de esa Autonomía. Ya no hay reparos ideológicos, negar la emergencia climática, la violencia machista con cuatro mujeres asesinadas la última semana y negarle derechos al colectivo LGTBI son temas menores. En otros tiempos, por lo menos, cambiaban de marioneta pero ahora no, nos vale ésta, a ver si va a venir alguien con algo de vergüenza torera y no podemos volver a decir lo contario. Que la verdad no te estropee una buena campaña. Resulta preocupante la imagen que tienen del potencial votante comunicadores, ‘community managers’, publicistas y demás expertos que han venido a dar color a la vituperada política. Yo personalmente necesito que alguien me explique el mensaje y el público que quería alcanzar Borja Sémper descalzo en una playa de pega en su campaña de ‘Verano azul’, porque he debido perderme algún capítulo. ¿Nadie pensó, entre tanta mente brillante, que alguien saldría más pronto que tarde con el «que te vote Chanquete»?, los poetas del chascarrillo mordaz son de los pocos que no defraudan. En este verano incipiente vivimos pendientes de pactos que ponen en duda derechos conquistados, asistimos estupefactos a que reconocidas anti-vacunas accedan a cargos públicos poco tiempo después de padecer la mayor pandemia de la historia reciente que puso en jaque nuestra vida tal y como la conocemos y discursos xenófobos, machistas y homófobos se vuelven a escuchar a través de los medios de comunicación en un verano que más que azul corre el riesgo de tornarse en blanco y negro. En medio de todo esto a veces se oyen voces oasis como la de Iñaki Gabilondo que si te paras a escucharlas te reconcilian con la sensatez que por sencilla no es menos bella cuando advierte que: «Estamos mirando cuidado que nos viene el lobo mientras tanto nos come el tigre». Metáfora que aplica muy bien en nuestra tierra que hasta nuestro emblema faunístico por excelencia, el lobo ibérico, está siendo víctima de un depredador que no conocía, el populismo.

María Rodríguez es doctora en Veterinaria por la Universidad de León (ULE)

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