Jesús vagó cuarenta días por el desierto, los leoneses llevamos cuarenta años haciéndolo. A Cristo le tentó el demonio tres veces y a los leoneses les han tentado setenta veces siete unos políticos padres de grandes promesas que fueron mentira. Este tiempo pascual, precedido del período cuaresmal que conmemora el destierro voluntario de Jesús, es una etapa propicia para pensar propósitos cargados con profundas dosis de enmiendas a la totalidad de lo acontecido anteriormente. Nuestros dirigentes, que acostumbran a no perder la oportunidad pascual de lucir palmito confesional aunque durante el año apostaten de esa fe a la que se convierten al albor de los olivos del Domingo de Ramos, podrían también aprovechar la coyuntura para confesar sus culpas y redimirse.
Alfonso Fernández Mañueco, que en un alarde profano, en tiempo navideño osó tentarnos con un profundo guiño a León enviando un emotivo mensaje en las inmediaciones de nuestra Catedral, prometió buenas nuevas para la provincia, nos sedujo con manzanas del árbol prohibido prometiendo que seríamos como dioses. Tras el engaño, nos hemos quedado desnudos e indefensos como Adán y Eva. Espero también que Javier Alfonso Cendón ahora que ha dejado atado y bien atado sus conspiraciones orgánicas se ponga a trabajar por fin en los intereses de sus paisanos. Al que tiene se le dará, y al que no tiene se le quitará hasta lo poco que tiene, posee un poder orgánico que es ínfimo si esos recursos partitocráticos no se usan como medio para algo más. Aspiro que los señores de Vox empiecen a hablar de lo que de verdad importa, y que algunos mensajes aterrizados de David Hierro no sean meras inspiraciones divinas en esas visiones apocalípticas en las que ven serpientes, depravación y dragones de siete cabezas; aspiran a aniquilar a un Leviatán que si bien es cierto que existe, sus burdas teorías no hacen más que avivar las llamas que escupe por la boca.
Se debe destruir el templo y volver a construirlo en tres días para que nuestras instituciones y sus gentes cambien.