Las abuelas son madres al cuadrado», repetía solemne el maestro cuando nos asignaba a «la abuela» para cada curso. No era tu abuela biológica, era una abuela que vivía sola, había muchas con tanto hijo en la emigración, que estaba enferma, que tenía problemas... y era tu obligación pasar por su casa, ver qué necesitaba cada día, acercarle la leña o el carbón, estar muy cerca en las nevadas... no importaba llegar tarde a la escuela, ni un reproche por ello ante la disculpa mágica:«Vengo de atender a la abuela». Incluso sabiendo que te habías entretenido en algún otro lugar evitaba el reproche para no quitarle fuerza a su mandamiento primero: «Las abuelas son madres al cuadrado».
Aquella madre al cuadrado ya era parte de tu familia en el máximo grado, diga Hacienda lo que quiera.
He encontrado en el camino cientos de madres al cuadrado, abuelas de una generosidad al cuadrado, paisanas que nos han regalado un mundo que no sé si estamos demostrando merecerlo.
Siempre me viene a la cabeza una escena, muchas veces. Evangelina la de Los Llanos de Valdeón nos había contado su vida, muy dura; había sido, por ejemplo, porteadora de material para hacer el refugio de Collado Jermoso, hasta allí subía tres o cuatro veces al día cargada con 40 kilos —le pagaban por kilos—de cemento, ladrillos, piedras, arena... y en los ‘descansos’ a cuidar el ganado, su hija de madre soltera y orgullosa... había días que incluso dormía hasta seis horas.
Acabó su historia. Se quedó callada mirando a su nieto, un adolescente que le sacaba dos cabezas.
- ¿Habrá merecido la pena tanto sacrificio Evangelina?
No me contestó a mí. Miró para su nieto, orgullosa de ver a aquel rapazón, y fue ella la que le preguntó.
- ¿Tú qué tal vives?
- Muy bien abuela.
- Entonces ha merecido la pena, claro que sí.
No solo son madres al cuadrado.
Hoy, dos tartas, que no pagan nada pero...