Mientras escribo estas líneas, suena de fondo esa banda sonora que cada año sirve como inauguración de las fiestas navideñas. Voces infantiles entonando los números agraciados con algún premio en la lotería de Navidad.
Ilusión, desconfianza o decepción para la mayoría. Música celestial en los oídos de los pocos afortunados que poseen alguno de los décimos premiados y con ellos la posibilidad de cumplir esos deseos o de llevar a cabo esos proyectos que todos albergamos en nuestra mente. Enhorabuena.
Soñar es gratis, por suerte. Al menos de momento, mejor no demos ideas.
Y no siempre nuestros sueños tienen que ver con el dinero, aunque lo cierto que este suele aumentar las opciones de hacerlos realidad.
Más en este mundo en el que vivimos, en el que tener cubiertas las necesidades más básicas; alimentación, vivienda, salud, educación…; es cada vez más caro y resulta bastante complicado para mucha gente.
A veces soñamos con cosas más sencillas y que al mismo tiempo no tienen precio, sobre todo si carecemos de ellas. Un mejor ambiente en el trabajo, estar sano, sentirse querido, ver alegres a quienes te rodean…
En esta época todo parece invitar a ser más afectuoso con los demás, sonreír más, estar más pendiente y pasar tiempo con los seres queridos, tener detalles con ellos…
En este sentido, ojalá que la Navidad durase todo el año. Un mundo más amable es un sueño compartido por muchas personas.
Una palabra agradable o una buena cara, por ejemplo, es gratuita y hace el día más llevadero a quien la escucha o la ve. Sin embargo, a veces parece que estamos tan enfadados que cuesta un triunfo.
Estos días nos invade también de forma inevitable la nostalgia porque soñamos con tiempos mejores o porque tenemos especialmente presentes a los que están ausentes. Hay huecos en nuestras mesas que nos resulta imposible pasar por alto.
Sean cuales sean, queridos lectores, las circunstancias que os rodean y los sentimientos que os abrazan, nunca dejéis de soñar. Feliz Navidad.