Los sueños nos igualan. Hasta el realista Sancho le dijo al fantasioso Quijote que son los sueños la «moneda general con la que todas las cosas se compran, balanza y peso que iguala al pastor con el rey, y al simple con el discreto». Darío tiene dos años, nació en La Pola de Gordón y no es diferente al resto porque sueña con ser bombero. Esta semana fue con su casco y su sonrisa interminable a visitar a los Bomberos de León. Vestido de uniforme subió a los camiones y quería escuchar sirenas constantemente. Como en sus sueños para ser bombero ni siquiera hacen falta incendios. Darío es igual que los demás niños y seguro que muy pronto también soñará con ser astronauta. Ya le llaman «el pequeño astronauta» por culpa de su padre que le ha dibujado con traje espacial en dos murales en su casa. Su padre Óscar también sueña. En el último mural está sentado en la luna (soñando) junto a su hermana Adriana. En el dibujo y en la vida tiene esa mirada infantil donde caben todas las ilusiones.
Es la cruda realidad la que todo lo destroza. Darío suele llevar casco no solo como anticipo de su brillante futuro heroico si no porque tiene una enfermedad rarísima que lo hace distinto. La llaman Fibrodisplasia Osificante Progresiva y provoca que «músculos, tendones y ligamentos se conviertan en hueso», según explicaron sus padres a este periódico. Por eso juega plagado de protecciones. Se parecen al uniforme de bombero y al traje de astronauta. Es una enfermedad tan rara que hoy por hoy no hay tratamiento ni cura. Pero Darío todavía no sabe dónde el destino le ha construido el muro de lo imposible así que, como buen niño, sigue aspirando a todos los futuros. El Darío bombero o astronauta que él todavía ve posible su padre tan solo lo sueña. Lo importante es que ninguno de los dos abandone. Jamás. Decía John Wooden, el mejor entrenador de la NBA, «no renuncies a tus sueños o tus sueños renunciarán a ti». Intentad que la vida nunca os pille despiertos. Nunca.