Las hojas del calendario caen cada vez más deprisa. O al menos es la sensación que a uno le da cada vez que tiene que colgar el del nuevo año en la pared de la cocina, porque luego los días se hacen largos y las semanas se vuelven eternas en esta rueda de hámster en la que se ha convertido este nuestro terruño.
Sin embargo, todo es susceptible de empeorar, porque más eternas se vuelven aún estas ‘entrañables’ semanas para quienes ansiamos que lleguen las rebajas. Y no precisamente porque tengamos ganas de seguir gastando y de certificar los inevitables kilos de más al probarnos la ropa, sino porque tenemos el espíritu navideño en la punta de la p… pistola y estamos a punto de desear que huela a incienso pese a tener el espíritu cofrade en el mismo sitio.
Cuando lleguemos a ese río, cruzaremos ese puente, porque ahora nos toca ajo, agua y resina para sobrevivir a veinte largos días de los que sólo se salvan el de la salud y el de la magia, por aquello de que igual cae aquí o de que algún truco pueda hipnotizarnos y hacernos despertar después de que los reyes hayan hecho su labor.
Salvo también esas pocas llamadas de gente con la que hablamos mucho menos de lo que nos gustaría pese a que al final no hacemos nada para que eso cambie. Un amigo me decía esta semana que siempre ando liado, que en León tenemos muchas noticias. «En realidad, nos enredamos dándole vueltas siempre a las mismas», le contesté mientras me imaginaba subido a la rueda de hámster de la que hablaba al principio y siendo consciente por ejemplo de que jamás me subirá al tren-tranvía por muchas líneas que le dedique.
Y la verdad es que también me imaginaba inclinándome en la histórica ceremonia de ‘Las Cabezadas’, tal y como han hecho durante años el Ayuntamiento y la Junta para no llegar a un acuerdo en algo tan imprescindible como mantener nuestros colegios en buen estado. Parece que ahora sí van a remar en la misma dirección, aunque en realidad el protocolo firmado con pompa y circunstancia sólo dice que cada administración va a hacer lo que la normativa les ha encomendado siempre y lo que se negaban a hacer echándole siempre las culpas al de enfrente.
En cualquier caso, bien está lo que bien empieza (veremos cómo acaba) y no estaría de más que quienes pretenden gobernar la cuna de la democracia desde el leonesismo de oposición –no sea que tengan que dar respuestas en lugar sentencias– velasen por mantener lo que tenemos y por inversiones más productivas que una piscina olímpica que nadie pide, porque es mejor competir con Valladolid en suelo industrial –Puente Castro debería unirse cuanto antes a las ampliaciones de Villadangos y del Parque Tecnológico– que en ver quién la tiene más grande. La piscina, claro.