17/09/2023
 Actualizado a 17/09/2023
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El otro día paseaba tranquilamente (matizo: en los temperamentales esto siempre es un decir, rara vez vamos a paso cochinero) cuando un sonido acribilló el aire de la tarde. Provenía de un aficionado profesional como son tantos músicos callejeros. 

Concretamente, el corruptor sonoro era un gaitero y su efecto fue espantarme a mí y despertar a todo ser sesteante a muchas zancadas a la redonda. Sus soplidos me sonaron como le puede sonar mi alarma de las 6.30 a mi chica un sábado por descuido. A galope apocalíptico. 

No tenía la culpa el músico del sangrante destrozo, él sabía tocar. La culpa era del telar de instrumento que escogió para expresar su talento armónico. No me nieguen que a la gaita le falta o le sobra algo para llegar a emitir un sonido mínimamente agradable. Muy sublime no puede ser un mondongo al que hay que cebar como a una oca para luego sacarle las notas haciendo el pato.

No tengo nada en contra del rollo celta que ampara al mundo gaita. Me encantan las tabernas irlandesas genuinas, siempre que puedo lloro por desaparecido Ca Beleño de Oviedo, lugar de reunión de gente disoluta y algún que otro gaitero, uno de los cuales es coleguita por vía primal, aunque no le hizo los honores a mi primo en su boda. No se le requirió y él tranquilo por no tener que figurar, es humilde y calmo. Al contrario que otros soplagaitas más tendentes a la new age y sus dinámicas multinstrumentistas multidisplinares. Si Nacho Cano hubiese nacido de los Ancares hacia arriba hubiese salido gaitero, lo mismo que si a Jean Michel Jarre lo paren en el lado opuesto del hexágono galo. 

Algunos gaiteros son productores y otros cuasi políticos. Ahí estuvo Hevia cuando se dejó querer para presidir la SGAE templando gaitas (esto es pertinente, metafóricamente significa apaciguar; lo que no se sabe es si viene de afinar los instrumentos o de templar el agua de las lavativas). Pero al hombre no le duró el sillón ni un cuatrimestre, estuvo de noviembre de 2018 a febrero de 2019. Lo largaron por temperamental, por cierto. 

Los que le pegan con toda la fuerza al soplagaitismo literal son los gallegos. El más internacional de todos, Carlos Núñez tocará en Ponferrada dentro de unas semanas, de nuevo. Y a este hay que quererlo. Qué vas a hacer si no con alguien que va diciendo por ahí que «desde las montañas de León se ve el mar».

 

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