En el mundo occidental la religión suele ser cosa seria por estar llena de mandamientos, prohibiciones, penitencias, rezos, cosas sagradas con las que no se puede bromear y, menos, provocar la risa. Otra cosa es la sonrisa o expresión facial que transmite alegría y felicidad, aunque en algunas culturas usan la sonrisa para transmitir vergüenza o incomodidad. Sonreír es un recurso previo a la risa y un patrón común para allanarle el camino. Si bien las sonrisas del Pórtico de la Gloria de Santiago de Compostela así lo confirman, se dice que con el cristianismo el mundo pasó a ser un lugar de sufrimiento. Si la pasión de Cristo lo demuestra, esta frase lo acredita: «Mejor es la tristeza que la risa, porque cuando el rostro está triste el corazón puede estar contento» (Eclesiastés 7, 3).
Jesús de Nazaret, la figura religiosa más influyente en nuestra cultura occidental, es un tanto contradictoria. En los Evangelios y en la tradición cristiana se le describe como un personaje bastante sobrio, pero algunas de sus parábolas (especialmente aquellas que se ríe de los ricos y poderosos), su evidente carisma, su lenguaje paradójico y la recomendación de procurar ser “como un niño” («dejad que los niños se acerquen a mí») para entrar en el reino de los cielos, han llevado a varios intérpretes a cuestionarse si los evangelistas no habrían pintado una visión excesivamente dramática de este hombre. Por lo que es de sospechar que para el propio Jesús no sería un disparate que le hubiera movido a reír y sonreír la película de Monty Pynton «La vida de Brian», en la que los seguidores fanáticos del protagonista acaban siempre a tortas sobre si hay que adorar la sandalia que se le ha caído a Brian o, por el contrario, la calabaza hueca que usa la cantimplora.
En varias culturas la risa desempeña un papel importante en la vida religiosa. La seriedad se considera la antítesis de la espiritualidad, y una actitud juguetona y risueña es señal de la verdadera sabiduría. El propio Mahatma Gandhi, considerado por muchos en la India un sabio iluminado, fue de hecho un gran cómico cuya risa desdentada se hizo famosa en todo el mundo. De visita al palacio de Buckingham, vestido con un sencillo taparrabos, dejó al desnudo toda la pomposidad del imperio británico. Los periodistas le preguntaron sobre su parco atuendo y él respondió: «Su majestad llevaba suficiente ropa para los dos».
Es curioso que los bufones, los cómicos y los payasos hayan compartido siempre con los profetas un ambiguo estado entre la marginación y la santidad. En varias tradiciones populares y religiosas existe la figura de un bromista chiflado que se ríe de todo y de todos. Dentro del Islam, los sufíes cuentan innumerables anécdotas sobre Mulla Nasruddin: «A Nasruddin le invitaron a una cena. Al llegar se dio cuenta de que la gente le miraba mal porque iba vestido con su ropa de todos los días. Nasruddin volvió a casa, se puso un elegante traje y regresó a la fiesta. Esta vez los comensales le recibieron con todos los honores. Nasruddin se sentó a la mesa, cogió una cuchara de sopa y comenzó a hacer caer el líquido sobre su traje gota a gota, diciendo: —Come, mi querido traje cotidiano, ¡porque veo que el verdadero invitado no soy yo sino tú!».
Deberíamos convenir que lo religioso, o modo de “religarse” a lo sobrenatural, no tiene por qué expresarse siempre con semblante serio o de sufrimiento. La risa, aparte de otras virtudes evidentes, física y mentalmente es salud en todos los sentidos, vitalidad, síntoma de alegría y permite que fluya la energía. «Bienaventurados los que se ríen de sí mismos, porque nunca les faltará la ocasión para reírse de los demás». Así sea.