Secundino Llorente

¿Son tan malas las tradicionales ‘clases magistrales’?

04/04/2024
 Actualizado a 04/04/2024
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Entendemos por ‘clase magistral’ aquella presentación en la que el docente es el protagonista de la enseñanza, porque ese profesor habla, el grupo de alumnos escucha y, a veces, alguno pregunta o expresa alguna duda. Defender hoy las clases magistrales es ir contra corriente. Te pueden llamar anticuado, desfasado, arcaico, antediluviano y hasta carca. No están de moda estas clases. Hoy vivimos tiempos en los que la innovación tecnológica y educativa ha dado un vuelco a la manera tradicional de impartir nuestras asignaturas. El mantra de que las clases magistrales deben acabar, porque no son válidas y están desfasadas, ha triunfado. A pesar de todo yo voy a lanzarme contra corriente en este artículo de opinión para defender las tradicionales ‘clases magistrales’, porque no creo que sean tan malas. 

Estoy convencido de que partimos de una premisa falsa. Cuando pensamos en una clase magistral suele venirnos a la cabeza la escena del profesor hablando, sin parar, con voz monótona y provocando el sueño y el aburrimiento de su alumnado. Eso no son clases magistrales, simplemente son malas clases. Me he tragado muchas de ese tipo. Mis profesores de Historia y Lengua en Comunes en la Complutense de Madrid tenían en las aulas más de 200 alumnos y desde la tribuna leían sus apuntes sin mirar para los alumnos y sin atender a ninguna pregunta, para meternos unos rollos impresionantes en los que o te dormías o te ibas del aula y pagabas los apuntes que salían al día siguiente de cada asignatura para ‘empollarlos’ en tu casa. Se comentaba que en el negocio de los apuntes participaban dos ‘listillos’ y los mismos profesores. Queridos lectores, esas son las desastrosas y lamentables clases que muchos recordamos como insoportables e inútiles. No debemos caer en el engaño: eso no son clases magistrales. Son más bien una pérdida de tiempo para todos y, casi, una tortura. Os pregunto si habéis tenido algún profesor que impartiera sus clases en este formato y consiguiera mantener vuestra atención. Dudo mucho que aprendierais algo con él. Confieso que he tenido que soportar profesores aburridos o, directamente, malos, y que escucharlos o seguirlos se convertía en un suplicio. Pero mi intención hoy no es criticar esas clases malas, sino ensalzar las buenas, que también las hay.

Estoy seguro de que ustedes han tenido la suerte de disfrutar de clases magistrales ‘de verdad’. Clases de verdaderos maestros. Son profesores que consiguen que dos horas de clase parezcan diez minutos y nadie quiere que se acaben. He visto el salón de actos del instituto con más de doscientos alumnos, emocionados escuchando a una exalumna brillante, y después de dos horas seguían pidiendo «más». Hemos disfrutado de esos momentos en los que no queríamos perdernos nada y recodar hasta los más mínimos detalles. Nos olvidamos del móvil y de la realidad que nos rodea. Todo esto ocurre mientras estamos escuchando a alguien que está en posesión de la palabra y ‘lo borda’. Interpela a sus oyentes y se deja interrogar. Él apenas si necesita una pizarra de las de siempre, unas hojas manuscritas o unos pantallazos para aclarar algunos datos. Es fundamental la preparación y dominar perfectamente el tema que se va a tratar. Una buena clase magistral necesita mucho tiempo de preparación. Cuanto más tiempo se dedique para preparar la lección magistral, mejor saldrá. Es conveniente que sean entretenidas, que presenten lo más relevante y capten la atención. Evidentemente el secreto estará en la preparación. Es importante pensar que, si queremos mantener la atención de nuestro alumnado hablando sin parar durante una hora, tenemos que estimularlos con ejemplos o anécdotas para cambiar el tercio y que no pierdan la explicación.

Es una ‘gozada’ escuchar a un buen profesor. El buen maestro no es sólo el que transmite correctamente unos conocimientos, sino el que se adapta al auditorio; el que sabe marcar los ritmos en función de las reacciones que percibe en el grupo; el que con sus inflexiones y sus gestos subraya lo más relevante; el que suscita dudas y preguntas para responderlas él mismo. Así es como se participa en la clase, así es como se desarrolla la actividad intelectual y esto es la esencia de la enseñanza. La esencia del progreso de la humanidad ha consistido en que cada generación partía de los logros conseguidos por la generación anterior. Debemos agradecer a nuestros excelentes maestros las clases magistrales que nos regalaron. Cuando un profesor se explica bien ordena nuestros pensamientos, nos enseña cómo se conectan las ideas y qué palabras las representan con mayor exactitud. 

Por supuesto que estoy de acuerdo con la innovación tecnológica y educativa actual, pero también estoy totalmente en contra del desprecio, desconsideración y repulsa de las «excelentes clases magistrales».

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