En el momento de escribir este artículo, son las cinco y no he comido. Lamentablemente, en mi caso es algo habitual, pero muchos más españoles de los que puede imaginar Pedro Sánchez, tampoco tienen la suerte de comer a las 15h viendo el telediario, tras un vermú. Mientras tanto, el presidente se preocupa por «su persona» y nos regala perlas de egolatría como un «son las cinco y no he comido», pronunciado en plena crisis política, con ojos de víctima hambrienta.
Como en alguna ocasión he comentado, lo mínimo exigible a cualquier político es honradez, sentido común y empatía. Fallar en una sola de esas tres virtudes ya inutiliza a un representante público, faltar dos entra en el terreno patológico y, faltar tres, en el penal. Sánchez, sin embargo, viene aportando desde hace años demoledoras muestras de narcisismo refiriéndose a sí mismo en tercera persona («este presidente», «mi persona») y despliega su ego en metáforas épicas: «Yo soy quien toma el timón» o «he decidido seguir», acompañado, por supuesto, de su pausa dramática, medida para el aplauso.
Su lenguaje corporal es un compendio de autocelebración. Puños apretados contra el atril cuando se trata de subrayar su «firmeza», pulgares alzados en paralelo, símbolo de supremacía personal, torso adelantado como un gladiador que avanza para aplastar al adversario. Y esa mirada fija, inquebrantable, que, según expertos en comunicación no verbal, no busca la empatía, sino la sumisión del interlocutor.
Contrasta este espectáculo con ejemplos de auténtico sacrificio. Winston Churchill, con apenas cuatro horas de sueño, prescindía a menudo del desayuno para liderar la defensa de Londres en pleno Blitz. Y mirando a nuestra propia historia reciente, Adolfo Suárez, ante los disparos de Gonzalo Díaz durante el intento de golpe de Estado de 1981, se mantuvo erguido y sereno en su escaño, arriesgando su vida para defender la democracia, sin una queja ni un gesto de temor.
Hoy, en La Moncloa, el sacrificio consiste en elegir entre el gazpacho andaluz o la crema de calabaza asturiana, preparados por José Roca, cocinero jefe del Palacio desde hace más de cuarenta años. O asegurarse que el Falcon dispone de un pequeño equipo gourmet capaz de improvisar un solomillo con reducción de Oporto en pleno vuelo. Cuánto contraste con el autónomo que, tras una mañana de facturas y trámites, se conforma, con suerte, con un pincho de tortilla antes de seguir trabajando.
Podríamos pensar que gobernar exige disciplina de hierro, renuncia a caprichos y cierta sobriedad estoica. Pero no, Pedro Sánchez convierte hasta el hambre en una performance. Mientras él suspira por no haber comido a su hora, en España hay quien mastica un bocadillo sentado sobre un bloque de hormigón a pie de obra o lo engulle junto a una línea de producción, con el tiempo justo para limpiarse las manos en el pantalón.
Y eso, señor presidente, también es gobernar con empatía y sentido común. Saber que el mundo no se detiene porque usted tenga hambre.