«Dicen que la pena mata, yo digo que no, que no; que si la pena matara, ya estaría muerto yo». Esta estrofa de una jota leonesa es mentira. La pena mata; he conocido varias personas que se han muerto de pena y fue la suya una mala muerte. En cualquier caso, de hacer un ranking sobre las formas más comunes de morir, a lo largo de la historia, sin duda ocuparía el primer puesto la miseria. Millones de personas han fallecido de hambre, de frío, de suciedad, de pestes que han tenido como denominador común la miseria. Claro está que esta putada sólo les ocurría a los pobres, a los esclavos, a los explotados. Nunca a los señores, a los ricos... El Decamerón, el libro más ingenioso y divertido en mil quinientos años, se desarrolla en una finca cerrada a cal y canto, donde unos privilegiados reían, comían, bebían y se contaban historias para pasar el rato, mientras la gente moría en Florencia a consecuencia de la peste. Siempre ha ocurrido así; siempre mueren los mismos. ¿O no es lo mismo que lo que acaba de suceder en Colombia con lo del desbordamiento del río que arrasó un pueblo dejando cientos de muertos y desaparecidos? ¿Donde vivía esta gente?, ¿en casas con muros de piedra o ladrillo o en míseras chozas de madera y tejados de chapa?
La miseria, en sus múltiples formas, ha llevado al otro barrio a más gente que todas las guerras juntas. Creo que ya os conté lo de los tres gallos de mi pueblo, en los peores años de hambre después de la ‘guerra incivil’. Al amanecer, cantaba el gallo del tío X y decía: ¡Miserias!, a lo que contestaba el del tío Y: ¡Bastantes!, que eran respondidos por el del tío Z, que las pasaba bastante peor que ellos: ¡Joderos, que yo me muero mañana!
Ahora, con los últimos ramalazos, (eso dicen), de la crisis que nos amargó la vida, no estaría de más reflexionar como hemos podido, a pesar de todo, sobrevivir. Y la única razón que se me ocurre es la solidaridad de este país, algo impensable en otros lugares más al norte, con menos sol, más prejuicios y muchas más normas de conducta. Está claro que son muy de agradecer las obras de instituciones como la Cruz Roja o Cáritas o los Bancos de Alimentos, verdaderas islas de auxilio en las que los necesitados encuentran comida, ropa y afecto. Su labor es encomiable, no cabe duda y todos los demás deberíamos ayudarlos marcando la dichosa casilla de la declaración de la renta para que contasen con más medios a su alcance. Antes de la crisis, estas instituciones ayudaban, sobre todo, a los emigrantes y refugiados de otros países; hizo falta una hecatombe para que nos diésemos cuenta que todos somos refugiados; sólo hace falta un accidente, (es verdad que provocado por especuladores, banqueros y políticos, lo cual no es consuelo), para que la miseria nos igualase a todos. Pero la verdadera heroína, sin la cual los tanques de la Brunete habrían salido a la calle para ‘poner fin’ a una revolución en marcha, es la familia. Este país no se reconoce sin la familia, sin los padres que soportan, (encantados, por otra parte), a sus hijos en casa hasta los treinta o más años; sin los abuelos que cuidan de los nietos como si fuesen sus hijos; los mismos que nada más cobrar su raquítica pensión la meten en la caja común familiar, dejando para ellos cuatro céntimos para sus cafés y poco más. Sin ese aporte muchas familias no podrían sobrevivir. Sin el dinero de los ‘abu’, no tengáis dudas, este país soportaría una escalada de robos, (absolutamente necesarios, por otra parte, porque lo primero es comer), de tensión social, inaguantable.
La gente no soporta la miseria, sobre todo después de haber conocido la otra cara de la moneda; y soporta menos aun que esta miseria sea provocada por la estupidez, la arrogancia, la ambición desmedida de unos tipos a los que ellos mismos eligieron en mala hora. Deberían hacérselo mirar sin falta, ir a un psicólogo, a terapia de grupo, encerrarse en un convento de clausura a meditar, sin hablar, por supuesto, y, al fin, reconocer que la han cagado pero bien, que han logrado, casi, destruir una sociedad famosa por soportar todas las penalidades imaginables sin rechistar, por poner siempre la otra mejilla, por callar y trabajar. Estos demagogos que casi logran destruir esta sociedad, deberían darse cuenta que toda paciencia tiene un límite, que estamos hartos de sufrir por la puta cara, que los únicos que han sacado tajada de esta situación de miseria son los de Podemos, que ya nos vale.
Demos gracias, por una vez, no a Dios, sino a la puta familia, a esa misma que tanto criticamos, (mayormente porque es la nuestra), sin la cual este país se hubiera ido a la mierda.
Salud y anarquía.

Solidaridad
06/04/2017
Actualizado a
17/09/2019
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