10/10/2023
 Actualizado a 10/10/2023
Guardar

El jueves pasado, almorzando en La Candamia con amigos, surgió el tema de la posibilidad o conveniencia de seguir la vocación de cada cual. Como siempre, hubo debate respetuoso y concluimos que en esta sociedad raramente nos dedicamos a cultivar nuestro don. Y por eso, tantos tienen un sentido del trabajo muy peyorativo, de carga, imposición, como algo por lo que hay que pasar para poder vivir.

Me venía a la cabeza ese libro de Esfahani sobre «El arte de cultivar una vida con sentido» donde escribe sobre del sentido de propósito o de misión. Según ella, y lo comparto, se nos ha vendido que estamos aquí para ser felices y en ese intento vamos buscando subidones y emociones cada vez más intensos. Y es que ¡hemos de ser felices a toda costa! Nos despedimos del otro con un: «Pásalo bien». Es el imperativo kantiano de la felicidad: no desaprovechar ocasión alguna. Esfahani nos dice que este planteamiento, demostradamente equivocado porque nos hace centrarnos continuamente en nosotros mismos, puede ser sustituido por cuatro pilares: el sentido de tribu o de pertenencia, de trascendencia, de narrativa y de misión. En estos, sí compensa centrarnos.

La cuestión clave es o poder trabajar en algo que rente y dedicar tus ratos libres a tu don, a tu misión, o encontrar un trabajo donde se puedan unir los dos factores. En mi caso particular, gano dinero asesorando, algo que se me da bien, me gusta, me sigue generando curiosidad. Y también dedico tiempo a la escritura, que también me apasiona, pero de la que no vivo. Estas dos actividades es donde he puesto mi foco, algo que tanto Bill Gates como Warren Buffet señalan que es el factor más importante para «tener éxito». Poner el foco en lo concreto y prestar plena atención. 

Cuando estás con alguien que vive apasionado por lo que hace, se transmite. Es la célebre distinción entre profesor y maestro. Ojalá todos nos encontremos a lo largo de la vida con algunos de estos últimos. O lo seamos.

Lo más leído