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Sin potencia, sin puntería y sin suerte

13/02/2023
 Actualizado a 13/02/2023
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De vez en cuando me viene la tentación de escribir un artículo de fútbol, aunque es verdad que muy de vez en cuando. Como ya decía Oscar Wilde (él lo ha dicho todo, pero no me levantaré ahora a mirarlo), lo mejor de la tentación es caer en ella. Así que aquí estoy, hablando de fútbol otra vez.

Pensarán que no es el momento, habiendo tantas cosas graves de las que hablar. Porque, eso sí, rara vez escribimos de lo que nos hace felices. Tendemos a subrayar la amargura, la discordia, el pesimismo y la derrota, como si el bien, que a veces aflora, no mereciera una nota periodística, o un artículo de opinión, como si sólo lo negativo y lo malo merecieran alcanzar el privilegio (creo que aún lo es) de las letras impresas. En fin, así son las cosas.

Si es por males, podríamos llenar páginas. Hemos asumido que el mundo se ha complicado hasta extremos casi surrealistas. Miren donde miren y verán que sobran los motivos para la alarma, que cada día trae una novedad que nos alerta de complicaciones inmediatas o futuras, ya sea en las distancias cortas o en la globalidad, profundamente alterada. La guerra en Europa, los males de la energía (y de la economía en general), el aumento de la pobreza incluso en el Primer mundo, la caída imparable de la clase media, que es la que sustenta un país, la violencia de diversa índole, el maniqueísmo y la polarización, en política y fuera de ella, los problemas del clima y sus consecuencias (por más que muchos insistan en negarlos)…

Y, por si fuera poco, ahí están los terribles terremotos de Turquía y Siria, precisamente en una de las zonas más castigadas del planeta. Un terremoto brutal, devastador, que se ha llevado por delante las vidas de, al menos, 33.000 personas. Y la cifra no deja de aumentar, a pesar de los esfuerzos increíbles, del despliegue de ayuda de tantos países (como el nuestro), a pesar de la resistencia infinita de gentes acostumbradas a vidas difíciles y modestas, golpeados injustamente una vez más. Porque la vida tiende a ser injusta, sobre todo con los pobres y los débiles, y, por supuesto, la naturaleza no sabe ni de pobres ni de débiles. Lo demás, ya saben, es pura palabrería.

Con este panorama (por no hablar de nuestros asuntos urgentes más cercanos, de los trenes, de las eólicas, de la atención primaria…), ¿cómo justificar una columna de fútbol? Valdano lo explicaría mucho mejor, desde luego, pero en esencia creo que lo hacemos por una razón: porque el fútbol es uno de los territorios donde al menos se puede encontrar cierto alivio de la cruda realidad, cierta escapatoria, aunque sólo para aquellos que disfrutan del espectáculo, evidentemente. Es un juego, eso sí, y también se puede sufrir. Y aquí lo sabemos muy bien.

El fútbol tiene algo de universo propio, identificado por los más críticos como un ‘panem et circenses’ contemporáneo, pero, para otros, funciona como un paréntesis, como una pausa, como una forma de apartarse, siquiera por unas horas, de las preocupaciones del momento, o como una técnica para sustituir unas preocupaciones (graves de verdad) por otras que, finalmente, sólo son la consecuencia inevitable de este juego, en el que unos ganan y otros pierden (o sea, como sucede en la vida misma). Y aunque el fútbol se sigue hoy a varios niveles, y los seguidores tienen equipos favoritos en categorías superiores (qué remedio, si quieren gozar un poco), también está el equipo al que no puedes traicionar, el que te corresponde por nacimiento, o por proximidad, o por afinidad, o por familia, no importa en qué división milite, el equipo al que eres capaz de perdonar mucho, como se perdona a un hijo que reiteradas veces se equivoca. Pero que también te saca de quicio.

En estos pensamientos andaba yo tras ver la surrealista derrota de la Cultural ante el Pontevedra (’hai que roelo’, dicen en gallego, no sin razón), este mismo sábado. En fin, mejor enfadarse por estas cosas, mejor frustrarse con el fútbol, cuyo dolor pronto pasa. Viendo aquella manifestación de impotencia ante el marco contrario (que ya viene alimentada por lo sucedido en las últimas semanas), me acordé de cómo la realidad real se nos presenta tantas veces así: ni potencia, ni puntería, ni suerte. Fue la mejor definición que se me ocurrió, mientras me desesperaba ante lo que veía. Quizás porque, como en la vida, las cosas duelen más cuando no salen adelante a pesar de que no se hacen tan mal, y la Cultural, así lo creo, no es un equipo que juegue mal al fútbol (aunque todo es mejorable). ¿Alguien puede explicarlo?

Sí, está esa famosa ley… ¿La de Murphy? Si algo puede salir mal, saldrá mal. Equivalente a: si cae una tostada al suelo, caerá por el lado de la mantequilla. Me niego, sin embargo, a dejarme llevar por ese malditismo. Y no creo en los gafes (¿debería?). Simplemente me aterra esa manifestación de impotencia. Y la reiteración en no lograr una solución acorde con un equipo al que se le suponen aspiraciones que la afición, además, demanda. Porque, seamos sinceros: todo ha de ir en función de las aspiraciones. Un año en la mitad de la tabla no sólo es muy aburrido (aunque peor es coquetear con el descenso, claro está), sino que, simplemente, no puede corresponder a un equipo así. No es algo negociable. No es algo que puedas ofrecer sin bajar la cabeza. Así que, aceptando que esto es un juego (muy caprichoso), también conviene aceptar que hay ciertas evidencias, bastante constatables. Y el éxito de un centenario, por cierto, para el que se han preparado numerosos eventos, concursos y actividades (loable esfuerzo, sin duda), será mucho menos éxito si no tiene su correlato en los resultados deportivos. Que son lo fundamental.

En fin. Así estamos: ni potencia, ni puntería, ni suerte. A veces, uno ve en todo esto una metáfora de tantas cosas. Ya he escrito sobre esto. Quizás sucede que todo se acaba pareciendo, y, en el fondo, nuestra relación con la realidad contemporánea se parece demasiado a este fútbol de un equipo del que no podemos prescindir en nuestras biografías, ni debemos, este fútbol que tanta frustración nos produce, tanta desazón, tanta perplejidad. No crean que no sucede en las mejores casas. Conozco bien la desazón de los aficionados del Depor, por ejemplo, con su masa de más de 25.000 socios, su impotencia, también, a la hora de alcanzar el primer puesto de la tabla. Pero tienen claro que ese es su lugar. Hay cosas a las que la historia no te permite renunciar. ¿También a nosotros? No tenemos la historia del Depor, pero tenemos una, y parece que no está tan mal. No sé si podremos mejorar la suerte… en el fútbol, y en todo. ¡Pero al menos mejoremos la puntería!
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