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Sin piedad, ni piedra sobre piedra

12/11/2023
 Actualizado a 12/11/2023
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Da que pensar si la masacre que está sufriendo la población de la franja de Gaza cometida por los israelíes tiene como único objetivo la presión para conseguir que se libere a las personas secuestradas en manos de Hamás; o es solo un pretexto para exterminar masivamente a los gazatíes como represalia a las atrocidades previas llevadas a cabo por este Movimiento de Resistencia Islámico que domina políticamente en la franja. 

En mi modesta opinión, el gobierno de Netanyahu trata de convertir, de una vez por todas, una cárcel a cielo abierto en cementerio al aire libre, y ya, sin escrúpulos ni miramientos, un exterminio poblacional indiscriminado. ‘Mutatis mutandis’, el proceder israelí en esta acción de aniquilamiento total tiene todas las trazas de ser una especie de ‘Solución Final’, o atrocidad que los nazis cometieron contra los judíos durante la II Guerra Mundial. No es ésta la única vez en la historia que los antaño sufridores pasan a ser hogaño los castigadores. Pero no nos engañemos. Del mismo modo que, pese a los millones asesinados en aquella hecatombe, el pueblo judío ha sobrevivido, y con fuerza, lo mismo pasará con los palestinos.

No obstante, hay una diferencia sustancial si comparamos lo sucedido en los campos de concentración nazis, por ejemplo Auschwitz o Mauthausen, con lo que está aconteciendo en Gaza. En aquellos había, como se ha dicho, hasta treinta modos de llevar la muerte a los allí recluidos condenados a trabajos forzosos. Sin embargo, tenían atención sanitaria y hasta prostíbulos para su desahogo, y nunca se bombardearon los barracones donde pernoctaban. En Gaza se lanzan bombas todos los días cayendo sobre hogares, hospitales, escuelas y hasta en campos de refugiados. Es la guerra, dice cínicamente un comandante israelí, como emulando a Dostoievsky en su célebre frase: «Si Dios no existe, todo está permitido·.

La mayor tragedia de esta guerra de Gaza son ya las más de 5.000 víctimas infantiles de ambos sexos entre muertos, heridos y desaparecidos. Hace 80 años, una judía alemana que consiguió huir a Ámsterdan con su familia, llamada Ana Frank, escribió en su diario: «Veo como el mundo se va convirtiendo poco a poco en un desierto. Oigo cada vez más fuerte el trueno que nos matará». Compartía entonces esta niña de 15 años el dolor de millares de personas y, sin embargo, cuando se ponía a mirar el sol, pensaba con optimismo que todo cambiaría para bien, que esta crueldad también acabaría, que la paz y la tranquilidad volverían a reinar en el mundo. Veinte días después de haber escrito esta esperanzadora premonición sería arrestada junto con su familia por la Grüne Polizei, y posteriormente trasladada a Auschwitz y Bergen Belsen, donde desaparecería para siempre en una fosa común entre finales de febrero y primeros de marzo de 1945.

Con lo que está ocurriendo en Gaza se está truncando, una vez más y ya son muchas, la esperanza en el hombre que, como un sucedáneo de la desconfianza en Dios, viene a ocupar los aposentos divinos. Entonces, ¿en quién confiar?, uno se pregunta. ¿Dónde centrar la esperanza? La «cochina» esperanza que diría Jean Paul Sartre. «Mísera humanidad, la culpa es tuya», dijo Francisco de Goya pintando sobre la guerra,

El miedo y la desesperanza nos vuelven a enfermar como dolencias sin paliativos. El ‘confort’ de la civilización, tan enfático hoy en día, no puede desterrarlas, tan solo intentamos engañarnos con su ayuda; pero, por desgracia, la cruda realidad cotidiana nos revela que el bien o la felicidad las conseguimos únicamente de modo temporal y fragmentario.

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