20/08/2015
 Actualizado a 18/09/2019
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Paseando por la ciudad cruzo mis pasos con unos viejos conocidos. Se de ellos que han alcanzado el máximo nivel académico, que gozan de gran prestigio profesional en el mundo de la investigación más puntera a nivel internacional. Se les supone por ello un alto nivel cultural. Craso error por mi parte sumarme a esa suposición de pensar que nivel académico es lo mismo que cultura o que esta es lo mismo que educación y claramente hay de decir que no es así, al menos en todos los casos. Pertenecen ellos, y sirvan únicamente como ejemplo, a esa casta de la que son dignos representantes los que hace años se vanagloriaban de disponer de esclavos o siervos a los que trataban con el más absoluto de los desprecios, incapaces de relacionarse con nadie ajeno a su hormiguero social. Como ellos, son tantos los que patrocinan a un niño desconocido de países lejanos y que sin embargo no muestran la más mínima comprensión hacia quien de todo carece en su entorno más próximo, ellos son capaces de desplazarse miles de kilómetros para asistir a una beatificación de no se sabe bien quién o por qué, pero son incapaces de cruzar de acera para socorrer a quien necesita ayuda de manera inmediata, asisten a todo acto benéfico de postín donde se paga a millón el plato y la fotografía en los anales de sociedad, pero al tiempo niegan salario digno a quienes con esfuerzo y sudor tratan de acercarse a un mundo mejor. No les importa mezclarse con gente de cualquier rincón del mundo siempre y cuando tengan la cartera llena, pero les afrenta que alguien de esos mismos lugares trate de llegar hasta nosotros huyendo del hambre y de la guerra. Defienden el liberalismo a ultranza para rechazar del mismo modo la libertad extrema de quien quiere decidir sobre su futuro, son incapaces de asumir que cuando alguien les dice NO quiere decir realmente NO sin esperar más explicaciones. Pueden presumir, ellos, de brillante expediente académico, pero en educación y respeto aún están aposentados en las cavernas.
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