15/05/2023
 Actualizado a 15/05/2023
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Es cierto que año tras año el número de personas que se casan es menor, sí, pero… llega el tiempo de bodorrios y hay que estar preparado por si te invitan teniendo en cuenta que el simple hecho se convierte en el truco del almendruco. Aunque, según la RAE, invitar es ofrecer a alguien algo por cortesía o amistad.

Pero no es así, ya que es bien sabido que las costumbres son fuente del Derecho, en defecto de ley, y que, de facto, supone cuasi una «desgracia», quebranto económico incluido, que un amigo o pariente ose pasarse por la vicaría o el juzgado y se le ocurra invitarte a su boda.

Sé que voy contracorriente, pero con el regalo de boda hemos pasado del ‘negociete’ que se tenían montado los comerciantes indianos con su lista de boda, El Corte Inglés o Galerías Preciados, a recibir estipendios en ‘cash’. Será porque es más cómodo o porque unos euros abultan menos que una cubertería, cafetera, plancha o manta zamorana.

Lo sorprendente, respetando a quien así lo haga, es recibir un sobre cerrado con una tarjetita en su interior que contiene un número de cuenta bancaria donde te «invitan» a ingresar el impuesto, ¡perdón!, el pago por la invitación.

Lo cierto es que cuando alguien ha intentado ser altruista, dando un número de cuenta de una ONG para que de forma anónima se ingrese una cantidad, la recaudación ha sido paupérrima, ridícula, inexistente. Ergo en todo esto existe mucha impostación y postureo.

Propongo que, con el formato que sea, digital, escrito o hablado, se cambie el apelativo de invitación a una boda por algo mucho más realista: «Participación a título oneroso en evento». ¡Y eso que, a propósito, me olvido del corte de corbata o de liga!

«El problema con el matrimonio es que se acaba todas las noches después de hacer el amor, y hay que volver a reconstruirlo todas las mañanas antes del desayuno». Don Gabriel García Márquez. Salud.
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