Cuando era niña tenía un muñeco que al apretarle la barriga decía «El arcoíris tiene siete colores». Lo repetía automáticamente y aunque yo le arreaba algunas golpizas para ver si cambiaba de discurso, todo intento acababa igual. Bonito pero idiota, es la conclusión a la que fui llegando con el tiempo.
Me acordé de él hace un par de días viendo el telediario. Una cola de kilómetro y medio delante de la puerta de una gran cadena de ropa, de ésas que tienen por costumbre fabricar en Asia y con mano de obra tirada. Kilómetro y medio de gente helada de frío y en su mayoría absortos con el móvil, como si la mascarilla no fuera suficiente para aislar del entorno.
Siguiente noticia, calles comerciales abarrotadas. Literalmente hasta los topes.
Menos mal que luego pasaron a cubrir la fuga de ‘El Piojo’ y su hermano, y me reí un rato, no tanto con ellos como con el tercer fugado, un personaje mucho más interesante y que según el medio, vio frustrada su huida debido al sobrepeso.
Llevamos meses de pandemia, incluido confinamiento, en los que hemos tenido tiempo de sobra para pensar, para ensimismarnos, o para meditar lo que amamos y lo que detestamos, de nosotros y de la humanidad en general. Hay quien incluso dice que esta crisis va a hacernos mejores, más solidarios, más enfocados en lo que tenemos cerca, en vez de despotricar con los allegados, hablar ‘spanglish’ o soñar con que toda pradera ajena es más verde que la nuestra.
Pues no. La mayoría sigue igual, o peor. No ha aprovechado el dolor para crecer, no hay colas para ayudar a los necesitados, ni para promocionar el pequeño comercio local o, venga Dios y véalo, para ir a una librería, o al teatro. Hay colas de kilómetro y medio en la macro tienda que atufa a plástico.
Llegan las fiestas, nos tocan la barriga y decimos «El arco iris tiene siete colores». Flota en el aire pre navideño la queja de que nos controlan y nos manipulan, pero seguimos haciendo, como droides, lo mismo de siempre, aunque contemos ya cuarenta y siete mil muertos.
Quizá no sea posible elegir ciertas cosas que nos vienen dadas desde fuera, pero otras sí, en concreto lo que pensamos o lo que decidimos hacer con nuestra vida, como ha hecho precisamente, ‘El Piojo’, bastante más creativo que los cola-formantes.
Decía mi querido Octavio Paz que las masas humanas más peligrosas son aquellas en las que se ha inyectado el miedo, el miedo al cambio.
Lo humano, al contrario que lo social, es cambio permanente, está muriendo desde que nace. Nunca es tarde para darse cuenta, aunque caigamos en el estupor o, por ejemplo, el arcoíris tenga siete colores.

Siete colores
12/12/2020
Actualizado a
12/12/2020
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