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¡Si yo ya había estado en el Mississippi!

22/07/2023
 Actualizado a 22/07/2023
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Nuestros ojos, a menudo exploran buscando los territorios conocidos cuando se extienden ante un paisaje nuevo, ya sea porque se exhiba ante sus ojos de manera inesperada o porque nos llegue a través de postal digital en pantallas mensajeras. Y es que pese a ser buscadores de novedades necesitamos aferrarnos a lo conocido para constatar que pisamos tierra firme: el terruño. Tan pronto como llega un estímulo visual el baúl de los recuerdos de la memoria se activa buscando un equivalente conocido. «Esto se parece a algo que yo conozco». Enlazamos con los paisajes que nos anegan, configuran y reconfiguran.

Aún recuerdo el enternecedor coloquio que se celebraba entre José María Merino y su hija en ese oasis cultural que ha florecido en la ribera del Torío al compás de las vías del hullero llamado Factor Espacio San feliz. Allí una mañana de sábado, el sabio académico de pelo cano, voz plena y escrutadores ojos azules y su hija, docente, mujer sofisticada, delicadamente culta y con la mirada llena de mundo, disertaban sobre el territorio fantástico, acerca del impacto que la literatura produce en nuestras vidas. Nosotros mismos somos retazos de historias, estamos cosidos y remendados de palabras que hemos ido atesorando como adherencias que forman parte de nuestro ser.

El psicólogo y pedagogo Ausubel ideó una teoría en torno al llamado aprendizaje significativo, que él denominaba de ese modo por ese afán que experimenta todo discente por conectar las primicias con lo manido. Nuestra mente procesa lo novedoso relacionándolo con lo sabido, y aunque el contexto de esta hipótesis científica es educativo, podemos aplicarlo, con el permiso de Ana Merino, a lo que sucede con el mapa de nuestros afectos emocionales y territoriales. Todos miramos con los ojos del corazón que están enclavados en un lugar concreto y en él reside la dirección a la que se orienta nuestra brújula vital, como rezaba aquel libro de Susana Tamara titulado ‘Donde el corazón te lleve’.

Comentaba Merino padre con pícara retranca que cuando su hija le llevó a EE.UU., con el fin de conocer cierto río universalmente conocido por ser el marco de las aventuras del célebre Huckleberry Finn, acudieron a su memoria las estampas de los arbolados márgenes del Bernesga, o los verdes que cuajan las orillas del Oamaña, paisajes enredados en los parajes de la memoria, siempre a flor de piel.

Yo no pude dejar de exclamar con pueril alegría ante la contemplación del mítico río de Mark Twain, confesaba Merino, «¡anda si yo ya había estado en el Mississippi!».
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