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De ser una pena a apenas ser

29/10/2023
 Actualizado a 29/10/2023
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La estancia feliz de Adán y Eva en el Paraíso la truncó una manzana. Dejemos la Biblia a un lado y fijémonos en el presente. He aquí, por ejemplo, las fiestas valencianas. Excelentes artistas trabajan todo el año en la construcción de fallas para incinerarlas en pocos minutos por San José al son de cohetes y fanfarrias. El inesperado triunfo mundial del fútbol femenino español vino a quebrantarlo un beso no consentido tras una vergonzosa pulsión de genitales. Si este hecho desacreditó la imagen de España en el mundo entero, la entrega reciente de los Premios Príncipe de Asturias (de las artes, letras, deportes, comunicación y humanidades, ciencias sociales, investigación científica y cooperación internacional) me ha llenado de gozo por su magnífica coordinación y brillantez en la escenografía y en los discursos. El próximo año dará paso a los cuarenta de la entrega del mismo tocante a la Cooperación Internacional que obtuvieron Yassher Arafat, representante de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), y el primer ministro israelí Isaac Rabín. Este encuentro supuso la esperanza para conseguir la paz en Oriente Próximo. Recuerdo todavía las palabras de Rabín en la tribuna ovetense: «Tenemos que trabajar en contra de la naturaleza humana que busca la venganza, intentando con ello convertir al enemigo en amigo». Rabín sería asesinado dos años después por Yihal Amir, un joven radical como tantos otros ultranacionalistas contrarios a los acuerdos de paz de Madrid en 1991 y de Oslo en 1994 firmado por ambos dirigentes. El actual primer ministro israelí Benjamín Netanyahu acusó entonces a Rabín de estar «alejado de la tradición judía y de los valores judíos». Si a Rabín, que era judío, lo asesinaron sus correligionarios por «traidor», no hay que sorprenderse del genocidio que está ocurriendo hoy contra los palestinos bajo la batuta de Netanyahu y toda su cofradía de desalmados. 

Vegecio dijo aquello: «Si vis pacem, para bellum» (si quieres la paz, prepárate para la guerra). Pero, si a cada ser humano le preguntaran sobre la entrada de su país en una guerra, por mayoría aplastante las guerras no existirían nunca. Sin embargo, se da la paradoja que las guerras han ocurrido, ocurren y ocurrirán, bien sea por motivos étnicos, políticos, sociales, religiosos o económicos. Son, pues, estos los factores que llevan a los hombres a matarse entre sí, convirtiendo el mundo en una gran banda de chiflados a ver quien mata más. Si durante siglos ha sido la religión el factor que ha provocado las matanzas –y aun hoy, en algunas zonas del planeta, tiene fuerza criminal religarse a lo sobrenatural–, el mundo de la sociedad de consumo ha dado espaldas a la religión rigiéndose fundamentalmente por el dinero, elemento contable, tangible y motor de los poderes institucionales y fácticos. Luego, no debemos engañarnos, las guerras son ejercicios de poder que devoran cual feroces alimañas. Si el dinero ha venido al mundo, como dijo E. Augier, con manchas de sangre en una mejilla, para Carlos Marx el capital lo hace chorreando sangre y lodo de la cabeza a los pies. Y, pregunta Galeano: «¿Hasta cuándo la paz del mundo estará en manos de los que hacen negocio con las armas? ¿Hasta cuándo seguiremos creyendo que hemos nacido para el exterminio mutuo y que el exterminio mutuo es nuestro destino?» Odios y ‘perras’ barruntan guerras que exigen armas y provocan muertos. Y las guerras son uno de los castigos de Dios por el pecado de nuestros primeros padres. Eso cuenta la Biblia.

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