Mientras escucho la hermosa voz de Dinah Washington, trato de aterrizar en esa realidad que ya asomaba la cabeza a finales de agosto, coincidiendo con los últimos baños de sol y cielo azul de muchos ciudadanos y que ahora se impone conflictiva y crispada mientras muchas familias organizan la vuelta al cole y la oficina.
España terminará por convertirse en el país de los parches y en consecuencia en el hazmerreír de Europa por ser incapaz de afrontar con sabiduría y madurez sus problemas internos. ¿Por qué? Pues porque sus dirigentes políticos son cortoplacistas e inmaduros, adolescentes imberbes que no toman en cuenta la magnitud ni la dimensión de los problemas, simplemente les preocupa ocupar sus respectivos sillones, mantenerse a toda costa, caiga quien caiga, aunque ello conlleve «vender a la madre» por dinero y poder. Poco importa si en ese periplo a través de un ring contaminado y podrido desmiembran el territorio, lo reparten en cachitos y destrozan la Constitución y el modelo de Estado del 78. Les importa un bledo, no se inmutan.
Si Sánchez, para seguir en La Moncloa tiene que concederle la amnistía a Puigdemont, lo hará. Si tiene que hacer un referéndum, también. Poco le asusta dejar desamparados a millones de españoles constitucionalistas. En su dictablanda todo vale para este rey de la estrategia que disfraza lo infumable de diálogo territorial.
PP y PSOE tienen la oportunidad de oro para ponerse de acuerdo en una cosa: impedir que sean partidos nacionalistas de circunscripciones locales quienes decidan el futuro y la gobernabilidad de España. La cuestión de la identidad vasca y catalana debe ser tratada de frente y sin complejos, a través del diálogo y el consenso y teniendo en cuenta la opinión y el sentir de todos los españoles, pero nunca ha debido convertirse en chantaje para hacer presidente a nadie. ¿Lo harán? No, ni Sánchez ni Feijóo. España ya no es país de valientes.