Desde la Guerra de los Seis Días, allá por 1967, las relaciones entre Israel, los países árabes y el pueblo palestino han hecho verter mucha tinta; pero, lo que es peor, mucha lágrima, dolor y sangre. Básicamente, la posición de Israel no ha variado desde entonces: no sólo ha seguido negándose a abandonar los territorios ocupados gracias al continuo apoyo político y armamentista de los Estados Unidos, sino que persiste en el expansionismo merced a un militarismo agresivo e irrefrenable. Beligerancia que está ocasionado un auténtico genocidio de más de 70.000 muertos gazatíes entre hombres, mujeres y niños; sin castigo humano momentáneo y acaso, sábelo Dios o Jehová, que si divino.
Es un hecho innegable que los judíos están asociados al dinero desde “in illo tempore” y con ello a todo aquello que tenga que ver con el espectro socio-económico. La asociación histórica entre los judíos y el dinero se deriva de restricciones sociales y religiosas que, a lo largo de la historia, les ha llevado a dedicarse al comercio y a la banca, permitiéndoles desarrollar habilidades financieras y construir una reputación en esos campos, particularmente cuando a otros grupos se les prohibía prestar dinero a interés. Como así sucedía en la Edad Media, los cristianos tenían prohibido la función de prestamistas, lo cual condujo a una dinámica complicada y tensa entre los judíos y la sociedad cristiana, que se extendió mucho más allá de la época medieval.
La acusación de la codicia contra los judíos ha continuado a lo largo de la historia hasta el siglo XXI, siendo estereotipados como “dominados por un apetito insaciable de dinero”. Idea que subyace poderosamente, no sólo por el dinero en sí mismo, sino por todo aquello con él relacionado: mercado de diamantes, financiación de espectáculos internacionales e industria del entretenimiento, festivales de música y competiciones deportivas, etc. Resulta obvio la afición inmemorial de los judíos en el control y dominio de los sistemas financieros del mundo, lo que obviamente ha suscitado reacciones de odio y persecuciones antisemitas acontecidos a lo largo de la historia: progromos o linchamientos multitudinarios y, en grado sumo, el holocausto perpetrado por los nazis en la II Guerra Mundial acabando con la vida de más de seis millones de judíos.
Aunque ya en 1391 los judíos de Castilla y Aragón fueron masacrados, su expulsión de Castilla y Aragón en 1492 por los Reyes Católico mediante el Edicto de Granada del 31 de marzo (según el cual se trataba de impedir que los judíos siguieran influyendo en los cristianos nuevos o judeoconversos para que siguieran practicando el judaísmo), se produjo, según los historiadores al respecto, por la unificación religiosa y política, consolidación del poder y deseo de acabar con la influencia judía. Al mismo tiempo que crecía el antisemitismo en Europa y el objetivo de eliminar un grupo considerado como un “estado dentro de un estado”, se añadía a su favor el pertinaz e irrefrenable deseo judaico de ocupar puestos importantes en la administración y en las finanzas.
La actual embajadora de Israel en España, Rodica Radian-Gordon ha acusado a Pedro Sánchez de “antisemita y corrupto” por calificar de genocidio la actuación exterminadora de Israel en Gaza.
A la vez que ha hecho mención— para oprobio ya no del Presidente español sino como réplica y sin venir a cuento a España— la expulsión de los judíos por los Reyes Católicos, un evento histórico que tiene mucho más que que ver por motivos religiosos y no políticos, y que se produjo seis siglos antes del nacimiento del Estado de Israel.