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Semillas amargas antes del otoño

15/09/2025
 Actualizado a 15/09/2025
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El mundo siempre es peor después de un asesinato. El de Charlie Kirk nos llena de horror, como cualquier otro, o así debería ser. No se puede justificar una muerte violenta. Tampoco la de miles de personas, adultos y niños, bajo las bombas, sea en Gaza o en cualquier otro lugar del planeta donde la guerra se abre camino. Nada humano, ni el poder, ni la gloria, justifica eso. Así que sólo hay motivos para la preocupación en estos inicios de septiembre. La vuelta del curso político no pinta nada bien: la tensión internacional también se nota en nuestro país, donde se filtra este supuesto nuevo prestigio del autoritarismo, lo que Manuel Rivas ha llamado brutalismo político y social. No olviden que todo tiene su eco. El movimiento neofascista, que quiere acabar con las democracias tal y como las conocemos, es un hecho, no puede negarse, y su atmósfera terrible alcanza desde hace tiempo a Europa, que bracea con más torpeza de la que sería deseable entre la confusión y la escasa decisión de sus autoridades.

El asesinato de Charlie Kirk la pasada semana, en el campus de Utah Valley, es terrible y triste, como el de cualquier persona. Por mucho que uno se sienta en las antípodas absolutas de sus ideas y de su organización, como es mi caso. Tengo preocupación por lo que muestran las encuestas sobre nuestros jóvenes, que, en su conjunto, me parecen muchachos excelentes, que viven con dificultad su deseo justo de alcanzar un sueño. Sé muy bien lo que luchan los jóvenes, pero no logro comprender que haya prendido en algunos de ellos, muchos, según aseguran esos sondeos, la semilla amarga del autoritarismo, cuando no las dudas sobre la democracia.

Este es un asunto grave que debería tratarse de inmediato, porque es fácil utilizar la historia tergiversada o contaminada como ariete para derruir la libertad, sobre todo con personas que no han conocido tiempos terribles, como los que conoció Europa en el siglo XX. O España con la Guerra Civil y el franquismo. Si los jóvenes abandonan el pensamiento crítico y se pliegan, rendidos, puede que superados por las dificultades, ante la propaganda que se infiltra en sus vidas a través de redes sociales, y también de otras maneras, este país, y otros muchos, estará definitivamente perdido. Esta es una batalla crucial por la libertad y por el sentido común que no debería postergarse. El ascenso de esas posturas autoritarias, a menudo carentes de empatía y consideración con otros seres humanos, nos llevará a una sociedad enfrentada gravemente, en la que será muy difícil llegar a un acuerdo. Está pasando y muchos, además, desean con fervor que pase.

Poco a poco se va amasando una atmósfera orwelliana en la que el uso de la fuerza, el impacto de los sistemas de control a la manera del Gran Hermano, el punitivismo (sobre todo hacia los desfavorecidos), la limitación, en suma, de las libertades, van a modificar drásticamente la vida en algunos sistemas que dicen llamarse democráticos (y se seguirán llamando: que parezca una democracia, aunque cada vez lo sea menos). Que varios liderazgos mundiales estén ahora en este empeño, volviendo al aroma de los imperios y de las esferas de influencia, causa mucho pavor: pero es lo que está ocurriendo a gran velocidad. Sustitución de la realidad real por la realidad conveniente. Demonización del otro, siembra del miedo a través de supuestos problemas de seguridad, lo que puede terminar, como en Estados Unidos, en la práctica militarización de algunas ciudades.

Pero quizás lo peor de todo esté en ese raro prestigio que está tomando el autoritarismo. Es un hecho global. Y, como señalan los estudios sociológicos, muy acentuado en algunos tramos de edad que corresponden a los jóvenes. Que ideas autoritarias (cuando no directamente neofascistas) se vendan hoy ¡como una revolución!, como una lucha contra el sistema, da una buena medida de este sindiós ideológico. Quizás revelen errores en la educación, hay que decirlo. Es necesario reforzar el conocimiento de la Historia, promocionar el pensamiento elaborado entre los jóvenes, para alejarlos de las afirmaciones simplistas y del daño de la política emocional.

Poco se puede esperar, eso sí, cuando ciertos comportamientos muy poco democráticos se apoderan de gobiernos globales fundamentales. Y eso es aún peor cuando las democracias tradicionales (de las autocracias ya ni hablamos) empiezan a ser carcomidas por gobernanzas difíciles de comprender. La deriva del gobierno de los Estados Unidos es quizás la más significativa. Pero esa deriva afecta gravemente al mundo. Algunos analistas afirman que el país norteamericano se dirige a una guerra civil, a la vista de la extrema división, provocada, sin duda, por la política más bien lunática de Trump y sus desnortados acólitos. Ojalá no sea así, porque su desaparición del contexto global conllevaría graves consecuencias. Incluso con Trump. Sin embargo, nadie apartará al magnate de su errático viaje. Hasta el infinito y más allá. Se puede perseverar con gusto en el error, con tal de creer que uno lleva la razón. Pero esta es una forma de antipatriotismo. Hoy por hoy, lo que hace Trump no sólo va en contra del mundo, sino contra muchos de sus propios compatriotas. Como ya saben, envolverse a todas horas en eslóganes, en afirmaciones pueriles que desafían el mínimo entendimiento, no lleva a nada. O sí: al más completo ridículo.

El asesinato de Charlie Kirk muestra los males de la violencia política. Como también el asesinato de una congresista demócrata y su marido en Minnesota hace algunos meses. La casi total libertad para poseer y usar armas es siempre un error: lo podría decir hasta un niño de cinco años. Y lo cierto es que Estados Unidos no puede considerarse una democracia moderna (no, al menos, desde los ojos europeos) si no se desprende de esta terrible tradición armamentística. Las matanzas periódicas demuestran que este sí es un grave problema de criminalidad en los USA, pero no he escuchado una palabra sobre esto a Trump (que, como otros, siempre tiene el tema de la seguridad en la boca). Ni la he escuchado ni la escucharé. Más bien, se presenta como un firme defensor del derecho poco menos que libre a portar armas, como también lo era Kirk, y eso solía predicar con increíble ahínco, como si las armas fueran un símbolo de la libertad de la gente.

Malos tiempos, pues, en esta cercanía del otoño. Nada que no nos imagináramos. El mundo endurecido, carente de compasión y de empatía, se abre camino entre nosotros. Aún queda gente digna que protesta, que se mueve en favor de los desfavorecidos que son pisoteados por los grandes poderes inmisericordes. Gente que sabe lo que todavía nos hace humanos.

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