12/04/2020
 Actualizado a 12/04/2020
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La Semana Santa de León este año ha sido más leonesa que nunca. Porque casi nadie ha salido de la ciudad camino de segundas residencias o de viajes, por otra parte, muy anhelados. La Semana Santa de 2020 será, como en toda España, la que no tuvo procesiones, ni pasos, ni bandas de música, ni nazarenos, ni gentío, ni emoción en las calles y plazas, ni esas otras cosas laicas de la limonada y la sensación de espectáculo que también acompaña a los sacros y tradicionales acontecimientos. La semana santa de León, de Ponferrada, de Astorga, de La Bañeza, de Villafranca del Bierzo… como la del resto de España, ha sido muda, solitaria y casi cabría decir que también misteriosa. De un misterio que, acaso, no esté muy lejos de la fe de quienes la tienen. El mismo misterio que habrá llegado al alma de quienes no tienen esa fe.

Un misterio que siempre está ahí, desde el hecho prodigioso de que existamos, de que exista la vida, de que exista la fe y de que exista, en quienes no la tienen, una espiritualidad que va mucho más allá de las religiones y sus ritos y avatares terrenos. Una espiritualidad sin la que no seríamos seres humanos, y a la que debemos atender y cuidar. Mientras aprendemos que la soledad y el silencio también pueden acercar a las personas.

Una espiritualidad no estrictamente religiosa, que se alimenta de la cultura de un modo muy especial. De la música, la literatura, las artes plásticas… Y de la reflexión. Para todo ello, un tanto paradójicamente, son propicios estos duros y largos tiempos de confinamiento, y los que nos esperan. Tiempos para hacernos preguntas, para buscar respuestas en los textos de los grandes clásicos, o en cualquier libro que nos haga bien. Sin olvidar que podemos ver cine y conciertos que enriquezcan nuestro interior. Con un rato al día es suficiente.

El distanciamiento de la vida cotidiana que las circunstancias nos imponen puede ser un camino para descubrir aspectos de nosotros mismos que ignorábamos; que apenas podíamos haber intuido. Y que, muy probablemente, no habríamos podido sentir y conocer de haber estado en la plenitud de las celebraciones, por otra parte muy añoradas. O en breves y bien aprovechadas vacaciones. Porque acaso el ruido, la emoción, las expectativas… nos habrían impedido ahondar en esa búsqueda que, por otra parte, no es tarea de una Semana Santa insólita, sino de todo tiempo civil. Nos va parte de la felicidad en ello. De la adversidad suele brotar la luz. La fortaleza, la hondura e incluso la alegría.
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