Hace unos años el siempre recordado (y admirado y querido) Victoriano Crémer publicó un artículo tan delicioso como irónico. Lo había escrito luego de recuperarse de un accidente de tráfico mientras cruzaba el paso de peatones. Y Crémer, un escritor y periodista audaz, directo y crítico, subrayó evangélicamente, ‘en aquel tiempo’ que le había tocado vivir para su infortunio, esto: “bienaventurados los que se fían de los pasos de cebra, porque de ellos será el reino de los cielos”. Bien lo sabía él, aunque, para su suerte, la cosa no pasó a mayores y acabó casi en inconveniente inoportuno. Todavía tuvo por delante una fructífera y brillante vida, literaria, social y personal.
Y viene a cuento el asunto, porque en las últimas fechas los atropellos en la capital leonesa han cobrado protagonismo. Y preocupa. El tráfico en las ciudades es un mal necesario, aun cuando es cierto que no se sufre por igual en todos los casos. Y a las pruebas habrá que remitirse. Por otra parte también es verdad, que desde los ayuntamientos se procura minimizar la problemática, a pesar de que no se llegue, como sería deseable, a una solución que satisfaga a todos. La cuestión, en definitiva, es hallar la manera de descargar algunos puntos urbanos muy concretos, donde el ir y venir de vehículos se convierte en selva y atentado. Y a nadie se le escapan unos cuantos en la ciudad.
Se alegará que si los usuarios -automóviles y peatones- cumplieran la normativa, se evitarían infinidad de disgustos. Y es cierto. Pero ello, en tiempos de prisas y estreses, es como pedir peras al olmo. Resulta imposible. O casi. Eso ya sin hablar de los alocados patinetes eléctricos y algunos de sus ‘manejadores’, que circulan por donde les place y a unas velocidades insospechadas. De vértigo. Sobre todo por las aceras, donde campan por sus respetos y te los encuentras, de sopetón, a la vuelta de la esquina. En el mejor de los casos, el encontronazo (evitado) se queda en susto. En el peor, se llevan por delante al pacífico viandante, que se dirigía a la tienda del barrio a comprar el pan.
En León hay enclaves malditos por su peligrosidad manifiesta y continuada. A título de ejemplo podría citarse la avenida Alcalde Miguel Castaño, en el tramo que va desde su inicio, en el cruce con la calle Corredera, hasta la plaza de Santa Ana. Es una locura. Hay días en que los velocímetros alcanzan cotas inimaginables, mientras los peatones, asustados, caminan por una y otra acera con el corazón en un puño. Y no es una exageración. Eso ya al margen de la permanente contaminación que conlleva la vía. Y como muestra vale un botón, no hace mucho tiempo que, aquí, un coche de alta gama se plantó, por mor de la velocidad y despiste (esto último es un suponer), en el medio de la acera –se subió literalmente a ella-, con la fortuna de que en ese tramo concreto no había nadie próximo. Fue un milagro.