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Seguimos con los bares

02/05/2020
 Actualizado a 02/05/2020
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Durante estos dos últimos días, no he parado de darle vueltas a la cabeza. Incrédulo e inocente, mi reflexión se resume en que aún hoy, ciertas personas no saben lo que es un bar, y por tanto entiendo que además, son unos tristes.

Supongo que no sabrán lo que es perfumarse a claretes con gas perrunos cuando economizabas la propina, o simplemente tomar un café con los amigos el día después, y contar como se dio la noche cuando te fuiste a las cinco de la mañana.

Hay mucha gente que piensa que los bares son lugares de perdición, de gentes rarunas y pillatigres ociosos que regentan empresarios que les regalan el agua mineral y las infusiones comprando las Coca Colas. Esos mismos que ven un local lleno un sábado noche y empiezan a multiplicar el valor de una copa o de un tintorro, por los días, por las cientos de horas del año, mareándose con el resultado final.

La hostelería y el pequeño comercio es el motor de nuestra ciudad carente de industria y de oportunidades. Y yo quiero salir a la calle y que abran. No les miento si les digo que el primer día me voy a tomar todos los cafés y cañas que pueda, porque en mi casa, el dinero que habitualmente invertíamos en los lugares que más felices nos han hecho, ahora se guarda como si fuera un plan de ahorro de esos a plazo fijo, que únicamente se podrá rescatar cuando bajen el banderín.

Por eso me extraña que siga existiendo gente que no comprenda que los bares no son únicamente de los propietarios, son también de sus parroquianos y de sus clientes. Cuántas veces hemos ido a una cafetería porque allí frecuenta una persona a la que quieres ver o simplemente porque allí hay una tertulia taurina en la que quieres mostrarte, a ver si un día por fin te dejan participar.

Ayer salí con Dimas a dar el famoso paseo, cumpliendo las normas, equipados con la mascarilla, el gel y los guantes. Todo iba más o menos bien, lo típico: ¡No chupes eso!, ¡no te acerques!, ¡no toques! Hasta que después de un rato Dimas me confesó que aquello le parecía un coñazo: «Yo quiero ir a la tortilla del Big Beng, a la pizza de la Ragazzi o al hotel de Antonio y dar un par de vueltas a la puerta giratoria, antes del mosto en la cafetería». ¿Aún les quedan dudas?

Por eso, cuando escuchas aquello de: «Si no están cómodos, que no abran». Yo pienso que la ministra de turno no debe tener ni idea de los que es un bar, de lo que significan y de lo que representan.

Muchos han sido los bandazos de los gestores de la cosa pública durante esta pandemia, y nos los hemos comido con patatas, pero ¡ojo!, con esto de los bares, has pinchado en hueso.
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