28/08/2025
 Actualizado a 28/08/2025
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Pues resulta que todas las barbaridades que uno ha escrito en las últimas dos semanas a cuenta de los incendios que asolan la provincia están corroborados por la ciencia... El domingo pasado, La Nueva Crónica, publicó una entrevista con Alfonso Fernández Manso, realizada por Mar Iglesias (jefa de la sección del Bierzo), ingeniero de montes y catedrático de la Universidad de León en el Campus de Ponferrada. Pocas veces leí algo con tanta sustancia, tan clarividente, tan educativa para los que quieran aprender, que, por supuesto, no será ningún político. Lo que me desarmó de la entrevista fueron los datos: extinguir un incendio puede costar hasta 1900 euros por hectárea. Las medidas preventivas mediante una gestión forestal activa (clareos, desbroces, mantenimiento de cortafuegos), de 300 a 3000 euros por hectárea... Hacer las cuentas, que es muy sencillo. ¿Qué ocurre?; pues lo ve hasta un tonto: las labores de mantenimiento no acaparan titulares ni imágenes en la televisión; en cambio, la movida que se prepara para la extinción (movilización de aviones, helicópteros, camiones monstruosos, grúas, etc.), son carne de primera página en los diarios y en los telediarios... Y luego está lo de la desolación de los pueblos...; desde Puebla de Lillo hasta Vegas del Condado, sólo queda una cuadra de producción de leche...; no os asustéis: desde Vegas hasta el Puente Villarente quedan siete.

Parece claro que la Unión Europea, esa desgracia, ha intentado durante los últimos veinte años que los labradores y ganaderos abandonen sus tierras y sus cuadras: hay que dejar el campo limpio de polvo y paja para que puedan gozarlo los urbanitas a los que les molesta todo: desde el canto de los gallos hasta las boñigas de las vacas por la calle. Es, o lo intentan, la Arcadia feliz. Por eso hacen uso (y abuso), de las subvenciones, que consiguen lo último del clero: pagan para que los labradores y los ganaderos no produzcan. ¿Qué sucede, entonces?; pues algo muy sencillo: España, Francia, Italia, Grecia (el profundo sur), no consiguen que sus vacas abastezcan a los consumidores patrios; ni que haya trigo suficiente para hacer el pan nuestro de cada día. Las tierras que antes si se utilizaban para este fin hoy están de huelga, abandonadas, dejando que la naturaleza haga su trabajo y las convierta en eriales llenos de maleza que se convierten, a la mínima, en la chispa que inicia un gran incendio. Luego, tenemos que comprar esa leche, ese trigo, esas verduras, en países que quedan en «casa dios, comidas y bebidas», y que, ni de coña, aplican las mismas normas sanitarias que sí obliga a implementar la Unión de Burócratas a sus súbditos. O sea, que, encima, nos hacen comer mierda... No os cuento lo de la miel (que me toca ya ponerme los abalorios del Guerrero del Antifaz porque Ángel empieza a catar la semana que viene y me veré expuesto a sus picotazos inmisericordes, porque me huelen las hijas de puta y les debo de parecer un manjar). La miel china o argentina es bastante peor que la de aquí, la de León, pero es muchísimo más barata y los intermediarios y las empresas miran muy mucho el sestercio. Ni que decir tiene que sus controles son de risa..., ¡parecidos a los de aquí!, ¡que parece que están escritos por un demente o por uno que, al mear, se la coge con papel de fumar! Todas estas incidencias, como digo, hacen que cada vez más tierras de nuestra provincia se abandonen, que el campo se malogre, que las malas hierbas y la vegetación incontrolada sean las dueñas de lo que antes eran verdaderos oasis en los que se daba casi de todo: frejoles, menta, lúpulo, árboles frutales, grano y todos los frutos que os podéis imaginar. Basta recordar los versos de Miguel Hernández, aquellos que proclamaban que los leoneses éramos «reyes de la minería, señores de la labranza...». Somos, gracias a políticas suicidas, un páramo, en el peor sentido de la palabra. Y así, por el abandono obligado que nos han impuesto los burócratas, toda la provincia se ha convertido en una gran pira funeraria en la que arden nuestras tradiciones más ancestrales, nuestra forma de ser y de vivir. Lo que más siento de los incendios y sus consecuencias, es que os estáis perdiendo el artículo que lleva tres semanas congelado y que, creerme, es maravilloso, insuperable en su objetividad, en su esclarecedora visión del puto mundo en el que vivimos... Salud y anarquía.

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