Fue en un pueblo de monte bajo y mata llana, una tarde apacible después de un concierto. Estaban en fiestas. Una excavadora manejada remotamente desde la ciudad de León, se disponía a desenterrar el secreto peor guardado del mundo. El pueblo entero sabía que desde hace muchos años, aquello estaba allí. El cucharón de la pala mecánica mordió con fruición la tierra densa y buscó ansioso. Una vez extraída, el brazo manejó con delicadeza la hurna. Una bocanada de tierra rebelde resopló en el aire y se escucharon toses por el polvo en suspensión. Por unos instantes, el pueblo pareció recuperar su pasado minero.
Cientos de ojos miraban expectantes anhelando poder palpar aquellos documentos y objetos, legado de sus ascendientes. En derredor, una ordenada masa de bosques poblaba las montañas que circundaban el valle. La Gran Reserva de la Biosfera Ampliada, recientemente declarada así por la Unión Europea para proteger a la Cordillera Cantábrica de la explotación depredadora.
La luna se atisbaba serena ahora que la patrulla de drones forestales vigilantes, ya no rasuraba el cielo al ocaso del día. El grupo de jóvenes gestores municipales agraciados por sorteo para desentrañar el contenido de aquella cápsula preñada de historia, entraron en el único bar que vieron abierto. Un pizpireto robot humanoide con camiseta a rayas sirvió los cafés. En derredor, el grupo habitual, en su mayoría centenarios de apariencia plácida, disfrutaban del asueto, hoy un tanto excitados por el acontecimiento de la cápsula.
Y los encargados de la misión de rescate, esperaban el momento arropados por un pequeño coro de niños y niñas del aula rural compartida. Muy de cerca el maestro, que había querido desplazarse para recrearse en las asombradas caras de los pequeños cuando vieran que era verdad que las entrañas de la tierra albergaban, en una caja transparente, los pequeños tesoros que en su día depositaran sus padres: las fotos en babi con la maestra, y sus trabajos de clase, envoltorios de barritas de chocolate. Y cientos de cartas amarillas y anales de hechos acontecidos, deseos, recuerdos de un corín, recortes de periódicos sobre la historia, las gentes, sobre el tren, cuyos vagones autónomos de micro transporte rural, seguían conectando los pueblos con la capital. El tren salvado, que cada año se exaltaba en la Fiesta del Hullero. Y colocada abajo, en azul celeste, como recién planchada, una banda de fútbol sala con el escudo del Ayuntamiento de Matallana de Torío que atestiguaba su victoria por segundo año consecutivo en la liga 2024-2025. Los miembros de la corporación municipal se miraron con emoción contenida y una oleada de complicidad se extendió entre los presentes. Seguían vivos, como dijera aquel día el poeta Javier Almuzara, cuando la enterraron, al profetizar en su Esperanza de Vida: “Vive de lo que encuentres a tu paso porque en esa pobreza no hay fracaso”. El pasado se abría paso haciéndole un guiño al futuro, aún niño.