20/09/2017
 Actualizado a 13/09/2019
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A los astrónomos de la Antigüedad les traían de cabeza cinco ‘estrellas’ que no se movían por el cielo como las demás. Los griegos las llamaban «planetai», errantes –en singular, «planétes», de donde procede su denominación–.

Una de esas ‘estrellas errantes’ es Saturno, el más lejano de los planetas visibles a simple vista al que, mal que bien, podemos ver todo el año en nuestro cielo. Si en estos días, al comenzar la noche, miras más o menos hacia el suroeste, allí lo encontrarás, en la constelación de Ofiuco.

Pero impresiona mucho más observar Saturno a través de un telescopio. La sensación de Galileo al descubrir sus anillos a principios del siglo XVII tuvo que ser indescriptible…

Desde entonces, la ciencia nos ha ido desvelando unos cuantos secretos relacionados con el planeta; muchos de ellos en estos últimos años. Y es que, hace veinte, con la idea de estudiar Saturno y sus satélites, se iniciaba la misión Cassini-Huygens, que debe su nombre a los astrónomos que en el siglo XVII descubrieron, respectivamente, llamada división de Cassini –un vacío en el sistema de anillos del planeta–, y Titán –su mayor satélite–.

Casi siete años tardó en llegar la misión a Saturno, y trece más ha estado trabajando, descubriendo, por ejemplo, nuevos satélites entre sus anillos; que en Titán hay mares y lagos, aunque no de agua; o que en otro de sus satélites, Encélado, sí existe agua líquida bajo su superficie.

Y después de 7.800 kilómetros por el espacio, casi medio millón de imágenes y 635 gigas de datos, la misión llegaba a su fin. A punto de agotarse el combustible de la sonda era adentrada en Saturno y destruida por su atmósfera.

El pasado viernes, a las 13:55 h., hora peninsular, fue recibida –86 minutos después de emitirse, tiempo que tarda en llegar a la Tierra– la última señal de la nave. Decía así «adiós» desde ese planeta tan fascinante al que, con nuestra vista, siempre podremos acompañar en su ‘errante’ caminar por el firmamento…
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