Creo que ya lo conté aquí, o quizás fue en otro sitio. Me sorprende que, cuando arrecia el viento de la derecha y las noticias de una posible derrota de la izquierda, los analistas suelen buscar las huellas físicas en el rostro de Sánchez. La verdad es que eso ocurrió también recientemente con Trump, al que muchos ven algo desconectado (redujo la agenda, aseguran), como falto de energía, lo que explican, en su caso, sobre todo por la edad. ¡Ah, la edad ha sido a menudo un argumento habitual a la hora de desacreditar a los políticos rivales! Y, sin embargo, la vejez siempre fue un argumento de autoridad o, al menos, de sabiduría.
En fin, Trump utilizó ese mismo argumento, el de los males de la edad, contra su anterior rival, Biden, con bastante más contundencia y malas formas, como suele hacer. Lo presentó en no pocas ocasiones como un personaje caduco, con las condiciones físicas y mentales inadecuadas (o alteradas) para dirigir un país. Quizás el karma, como dicen algunos por ahí, le esté pasando factura ahora el magnate. También él puede sentir los efectos físicos de gestionar una nación como los Estados Unidos en tiempos muy difíciles, y eso a pesar de su arrogancia y autoritarismo. La edad no perdona, querido. Incluso a los que se creen inquebrantables. Pero parece cierto que cada vez se busca más en el rostro las secuelas del desgaste político, lo cual me sorprende. Aún pienso en el gran Pepe Mujica, cómo soportó los avatares de la edad, cómo fue para todos el viejo sabio.
Pero Sánchez no es un viejo, ni muchísimo menos, aunque ya se haya convertido en un veterano de la política. Tan complejo le ha parecido a la derecha (es mi impresión) minar la presidencia sanchista, y ello a pesar de la debilidad y la fragmentación de los apoyos de la coalición de gobierno, que, después de meses de gran erosión, muchos se sorprendieron al notar leves muestras de cansancio en el rostro de Sánchez, que, además, había destacado siempre por un físico más que elogiable, por decirlo de alguna manera. ¡Al fin se veían en su cara los signos del desgaste al que lleva sin duda el ejercicio del poder!, debieron de pensar sus contrarios. El inquebrantable Sánchez, máximo defensor de la resiliencia, empezaba a sentir en sus carnes el ataque durísimo de la oposición y mostraba, oh, alguna debilidad, una concesión que no suele hacerse en política. En fin, es posible que sea cierto. Es posible que Sánchez refleje de pronto ese agotamiento producido por una legislatura casi ingobernable, y que, sin embargo, gobierna. Parece claro que la izquierda vive horas difíciles, para algunos las horas más críticas que haya experimentado en los últimos años.
En fin, se insistió en esos signos físicos como muestra de la creciente debilidad política, aunque, en el fondo, lo que le interesaba a la oposición era la posibilidad de que Sánchez perdiera los apoyos. Aunque pueda sentir el síndrome del boxeador noqueado, o próximo a la cuenta del que besa la lona, o acorralado en su esquina, Sánchez no parece que vaya a tirar la toalla. Pocos quedan en su rincón de aquellos que le apoyaron, y su soledad casi es ahora celebratoria: no se puede decir que su fuerte como líder haya sido el casting, pero también era difícil elegir apoyos después de perder el favor del partido. Porque Sánchez ya viene de otras soledades y de otros pasos angostos, y de otras batallas en el seno del partido. Conoce el terreno.
La importancia del rosto en la pantalla la entendió bien Feijóo, que llegó a Madrid no sólo dispuesto a hacerse con el liderazgo (a pesar de que Ayuso no haya dejado de marcar territorio propio), sino a competir un poco en lo físico, aunque con Pedro el Guapo eso estaba difícil. Feijóo ha cambiado algo su rostro, su pelo, se ha quitado las gafas, pero, en realidad, todo eso funciona como una metáfora, o más bien como un MacGuffin. Porque lo importante estaba en otra parte. En la larga marcha contra lo que parecía un muro infranqueable, el de Sánchez. Esto sucedió desde el minuto uno, y ha ido in crescendo, día a día, hasta ocupar sistemáticamente todos los discursos de la derecha (no tanto los de la ultraderecha, que parece abonada a la técnica política del ‘wait and see’, esperar y ver). Por el camino, los errores de Sánchez, su propia debilidad parlamentaria y el práctico bloqueo por la ausencia de presupuestos, han ayudado a ese proceso de demolición.
Ahora que parece haber estallado la tormenta perfecta, no faltan los que acusan a la izquierda de inacción, de falta de discurso alternativo ante el oleaje que iba preparando desde hace mucho tiempo la erosión del Sanchismo. Los últimos acontecimientos, tras los avatares de una política judicializada y el llamado caso Ábalos, han presentado prácticamente una situación de no retorno. Como ya escribimos aquí, la derecha utilizó la técnica del ‘flooding the zone’, de inspiración trumpista, inundando el paisaje de afirmaciones que daban a Sánchez por amortizado y la legislatura por finiquitada. Cuando se esperaba que Sánchez recurriera a su tradicional nervio político, se descubrió que la respuesta de la izquierda era escasa, apenas una voz débil que pedía perdón por los errores.
Sánchez ha demostrado con creces su capacidad de levantarse de la lona, aunque nunca en situaciones tan críticas como la actual. Más gato que perro, ha contado siempre con muchas vidas. Pero muchos creen que resistir en esta oportunidad sólo podrá hacerse desde la acción y la respuesta, no sólo desde la simple asunción de responsabilidades. La carta de la llegada de la ultraderecha y lo que puede implicar para este país, una ultraderecha en competición con Feijóo, pero necesaria para la propia derecha en futuros gobiernos autonómicos de coalición, es una de las fortalezas de Sánchez, pero nadie sabe si esos temores van a surtir efecto.
Algunos analistas creen que el problema es ya interior y exterior al mismo tiempo. A la erosión desde la derecha, persistente como la de un océano, se suma ahora a las voces disidentes interiores, sobre todo mujeres, y a lo que llaman “posicionamiento” para el futuro, ante la previsión de un socialismo sin Sánchez. Ya no es cuestión del desacuerdo tradicional, y asumido, de Page, o de viejos barones como el presidente González. El liderazgo muy unipersonal de Sánchez se enfrenta a nuevas soledades y a retos increíbles. En estas malas horas para la izquierda, no faltan los que tunean el viejo dicho y dicen eso de ‘a perrosanxe flaco, todo son pulgas’. La gran batalla por el poder adquiere una ferocidad brutal ante nuestros ojos. Pero, en el exterior, celebran su figura. ‘L’Espresso’ acaba de nombrar a Sánchez ‘Persona del Año’, por su papel en el contexto europeo. Esto es lo que hay.