No estoy muy acostumbrado a pasarme por aquí, por eso cuando mi compañero Jorge Alonso me preguntó si quería, no lo dude. Eso sí, antes de acceder hicimos un pacto y creo que le puede costar el carnet de culturalista, yo barrí para casa.
La verdad es que me tiré a la piscina sin tener mucha idea sobre a que dedicar estas líneas y mira que ha pasado de todo en la última semana, pero con la semana santa, los festivos y que el buen tiempo parece volver por fin y donde se te abre un gran abanico de planes, volvió a mi cabeza una frase que es seña de identidad de mi madre, «con organización, hay tiempo para todo». Y para poner todo en contexto, este año me embarqué en una aventura muy bonita, a la que sabía que tenía que dedicarle tiempo, y la cual tenía una responsabilidad muy grande, sin quizás tener el tiempo totalmente necesario.
La temporada pasada me saqué el carnet de entrenador para el fútbol base, uno de esos propósitos de año nuevo que como todo el mundo iba dejando atrás, todo mientras a la vez jugaba en el equipo de mi barrio. Si a eso le sumamos el tiempo en la redacción, escribiendo y maquetando noticias, las horas del día se quedan cortas. Pues bien, con todo ello, esta temporada al Raúl del pasado le pareció buena idea tener un equipo de niños (12-13 años), con la responsabilidad de ser el primer entrenador, enseñar, preparar los entrenamientos, hacerlos y luego los días de partido, además de entrenar a las 21 horas con su equipo (lo cual en invierno no es buena idea).
Entonces entre el periódico, que evidentemente es lo primero, el equipo del Infantil B del Cuatrovientos y el del Aficionados he estado este año. Haciendo malabares con los descanso entre semana y a la hora de repartir los fines de semana con mi compañero Jesús Coca, al que desde aquí le doy las gracias, disfrutando del fútbol base un domingo a las 9 de la mañana en pleno invierno, lo cual recomiendo, y agotando las últimas horas del día para organizar todo al milímetro, cuando podía dedicárselo solo a La Nueva Crónica y ya, pero eso sería muy poco.
Por eso, después de todo el año, cumpliendo y disfrutando como un niño pequeño de las tres cosas, se me ha venido a la cabeza en las últimas semanas esa frase que tanto me repetía mi madre y de la que tantas veces me reí y discutí con ella cuando era un adolescente. Y es que ahora con el paso del tiempo, todo va encajando y te vas dando cuenta que la palabra de una madre va a misa, cosa que un adolescente quizás no entiende, y que con papel, un calendario y bolígrafo, uno se organiza.