Se lo pregunta nuestro Aurelio Loureiro en su magnífico libro: ‘La blanca orilla’ y muchos de nosotros podríamos dar una respuesta cada vez que volvemos del exilio y sentimos la orfandad por partida doble: la de quien regresa y la de quien añora: ambas cosas cada vez más traumáticas a medida que la edad avanza y las gentes que habitan aquel paisaje nuestro nos resultan más extrañas.
Y no es que los tiempos cambien que es una barbaridad, que también, sino que es la edad la que nos cambia a todos. Solo que unos los hace más necios, y a otros más sabios. Haasta llegado el momento en el que los sabios parecen necios, si tan solo se tiene en cuenta si silencio:un silencio total. «Callar es decirlo todo» escribiera una vez este cronista en uno de sus versos. Una profecía que resultó verdad.
¿A que sabe el silencio? Si es un el silencio que ya no quiere, o no puede, hablar, sabe a soledad. Si es el de quien continúa fatuo a más no poder y hasta el final, ese silencio sabe a terquedad. Distinguir uno de otro depende de la predisposición el oyente, de su pericia en distinguir la arrogancia, de la prudencia, y esta de la claridad.
Porque, por lo general, cuando el anciano se decide a hablar, de su boca salen tantas voces como a lo largo de su vida alcanzó a escuchar, y salen también todos los silencios que se vio obligado a coleccionar en tiempos en los que hablar, lo que se dice hablar, tan solo les era permitido a quienes disponían de autoridad. De ahí lo de que «callar era decirlo todo». ¿Lo ven?
Pero qué cosa sea la orfandad es cuestión compleja. Para unos será quedarse sin sus seres queridos. Para otros, además, quedarse sin un lugar al que volver. Quedarse sin él. O verlo vacío. Verlo vacío o poblado de gentes poco dispuestas a recordar que el también es uno más, que forma parte de esos árboles y esa ribera del río, de esos atardeceres de oro sobre las majadas y el robledal.
Una vez hablara este cronista de «la rosa apátrida» en su libro ‘Ruina montium’ y de Odiseo y una Penélope llorosa, y se preguntaba: «¿Cómo detener la floración de moho que ciega nuestra mirada?» para concluir: «la rosa apátrida solo se reconoce en quien la envía» es decir la patria llega, cuando regresamos, dentro de nuestro propio corazón.
A qué sepa la orfandad es algo que solo está al alcance de quien ya todo lo perdió. Todo; hasta el andar.