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La ruta de los secretos

12/08/2023
 Actualizado a 12/08/2023
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Nada hay oculto que no llegue a ser descubierto, ni secreto que no llegue a saberse, augura el evangelista San Lucas. Implacable sentencia para alertar a conciencias delicadas que se hallarán irremisiblemente expuestas, de confirmarse la categórica afirmación que el periodista Carracedo hace en la novela ‘Vagalume’ de Julio Llamazares: «todos tenemos tres vidas: la publica, la privada y la secreta». 

Un jardín prohibido que atesoramos en el más recóndito rincón de nuestro interior, donde residen nuestros miedos y desengaños, pero también sueños y deseos, latentes, en la esperanza o no de fructificar, sin ser descubiertos, salvo que sea menester dragar el pantano íntimo de nuestra memoria porque el lodazal ciega el fondo oculto bajo las aguas.

Eso le ocurrió al pantano del Porma, por aquellas tierras del desaparecido Vegamián, donde confluyen las miradas: unas melancólicas, como la de Virginia, que se lamenta por el paraíso perdido bajo los pastos anegados, otras inquisitivas, como la de Raquel, que parece querer revelarse contra aquella orden del ingeniero Juan Benet «que decidió detener el río como el que decide detener el tiempo» queriendo luego expiar remordimientos en ‘Volverás a Región’, pero allí no volvió nadie, si acaso a llorar sobre las aguas que lo envolvieron todo y que también mira Teresa, mientras recuerda las desgarradoras despedidas de los vecinos mientras cargaban sus bestias y enseres bajo la última mirada a su casa.

No se resigna tampoco José Antonio, el pío, a plegarse a ese afán tan humano de mudar las cosas de sitio para su provecho, «si desde la creación del mundo el río iba por donde iba y los lagos ocupaban los lugares en los que habían surgido hacía millones de años, a qué andar cambiándolos de lugar como si Dios se hubiera equivocado al hacerlos». 

Aunque la nieta de Virginia mira distinto, con la admiración que los danzarines reflejos de las nubes estampan en sus pupilas ávidas de novedades, la percepción pueril que atisba el agua como lugar de recreo. Deslumbrada por el halo de hermosura trágica que exhala el paisaje, la niña piensa que la bella masa de agua encajada entre las montañas, solo dista del mar, en que al embalse le falta el movimiento juguetón de las olas. Es todo lo que ella conoce, lo demás se lo contaron los más viejos, en su memoria de nieve perpetua.

Son los personajes de la novela ¡Distintas formas de mirar el agua’ cuyas siluetas guardianas jalonan como fieles custodios, la ruta literaria ‘El Eco de la Montaña’, entre los pueblos leoneses de Rucayo y Utrero.

Háganla, y descubrirán los secretos que pretendieron sepultar esas enigmáticas aguas pantanosas embalsadas en la memoria del tiempo. 

 

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