julio-cayon-webb.jpg

RR. SS. enmascaradas

20/04/2025
 Actualizado a 20/04/2025
Guardar

Entre el crítico y el criticón la diferencia es notable. Y llegada la Semana Santa –que hoy baja el telón de manera oficial, que no oficiosa por aquello de los ‘metomentodo’– aparecen los criticones de diverso pelaje y dudosa condición, cual setas (venenosas) después de la lluvia. Y viene siendo cíclico este movimiento pardo de entrometidos tóxicos, quienes, al albur de lo primero que se les vine a la cabeza, relajan sus neuronas sobre la base del anonimato, que es su pólvora abyecta y su arma de destrucción. O, mejor dicho, la de aquellos clandestinos, que cuelgan del tendal público su menesterosidad voceada. 

Desde que apareció por el mundo andante eso de las redes sociales la Semana Santa de la ciudad, en particular, se ha convertido, de puertas afuera, en un nido de francotiradores y dinamiteros. En un rebaño de encogidos, dispuestos a injuriar a todo aquel que se les ponga por delante. Y en ciertos supuestos, ni siquiera necesitan eso. Basta con que se los encuentren al lado para accionar el percutor. El objetivo es hacer daño. Las pantallitas de esta caterva de dañinos vienen haciendo estragos desde hace tiempo, con la agravante de que aún hay adláteres que lo ‘disfrutan’ y lo reenvían a sus próximos y deudos sin el menor decoro.

Por el contrario, el crítico –con nombre y apellido, cuando menos–, el que se preocupa desde la integridad intelectual que le ampara para que las cosas se enriquezcan y avancen en su justa medida, merece, en principio, todos los respetos y consideraciones. Se podrá o no estar de acuerdo con sus ‘análisis’ y otros fundamentos, pero, desde luego, la opinión naturalizada es libre con el fin de expresar lo que cada cual, honestamente, entiende.  De manera, que la desemejanza entre unos y otros –críticos y criticones– no tiene parangón. Aunque sí esclarecimiento. 

Y como aviso a navegantes de medio pelo –o de sin pelo, que de todo hay en la viña del señor–, baste señalar que alguno de esos ‘felices’ emboscados tiene, por sus acusaciones y ofensas, todas las papeletas para verse ante los jueces. Y una vez frente los magistrados y con las posaderas en el banquillo, a ver cómo explica el saco de barbaridades y escarnios, que, sin pensar en las consecuencias, tanto le han regodeado.

Hace unos días se publicaba en medios nacionales, que la Justicia –que sigue habiéndola– había condenado a dos tuiteros (se les supone a uno y a otro con las entendederas cruzadas) a indemnizar a la escritora Lucía Etxebarria con algo más de 7.000 euros por «vejaciones y hostigamiento». Pues por ahí van los tiros. Por el camino del escarmiento, para que esa hornada de graciosos (y graciosas) vayan desapareciendo del mapa como alma que lleva el diablo Porque cuando hay que rascarse el bolsillo… ¡Ay! Llegan los ayes, sí.

Lo más leído