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Robos y cuellos blancos

26/10/2025
 Actualizado a 26/10/2025
Guardar

Robar es sencillo y no existe medio de seguridad capaz de no ser burlado, de los fortines a los centros de computación. Los museos no son una excepción y, en efecto, como dijo alguien hace poco, son más accesibles que las joyerías, por razones obvias. Su principal medida de seguridad reside en la dificultad de vender sus obras cuando se encuentran debidamente documentadas: se sabe a quién pertenecen porque son únicas, cosa que no sucede con una pieza seriada. Robar es fácil, pero, como ilustran el cine y concluye la lógica, lo difícil es encontrar comprador, «colocar la mercancía». Precisamente porque no se trata de mercancía; los objetos culturales dejaron de serlo (aunque no del todo) una vez entraron en el museo. Un comprador inocente resulta casi imposible y no menos difícil un trato fiable con otro delincuente como el propio caco. Cuando se roba en un museo ha de contarse previamente con ese cliente, el llamado robo por encargo, pues de lo contrario robar es inútil o depreciará el objeto, como tal vez suceda con las joyas sustraídas en el Louvre, desmanteladas a la postre. Por otro lado, la inmensa mayoría del oro guardado en los museos no tiene valor metálico ninguno.

Como casi todos los lugares que exponen bienes valiosos, esos museos suelen ser menos seguros a puertas abiertas, cuando «se exponen» en la otra acepción del diccionario. Se ha hecho famoso estos días el vídeo de un visitante descolgando y llevándose un cuadro por las buenas en un museo ruso; pero aún recuerdo el relato de un conserje del Marmottan de París sobre el robo de varios lienzos impresionistas en 1985, entre ellos ‘Impression, soleil levant’ de Monet que dio nombre al movimiento. Varios tipos apuntaron con un arma a un vigilante de sala, le pidieron descolgar «ese, ese y ese»; salieron a la calle y ‘voilà’. Solo años más tarde aparecerían los cuadros en manos de un matón corso tras pasar por la yakuza. Todo muy cinematográfico.

Porque robar tiene un gran inconveniente: es difícil salir indemne. Solo es muy posible si practicas a gran escala, no con guante blanco sino con traje caro y bien planchado, cuello blanco, corbata de seda y gemelos. En ese caso, comprador y vendedor se entienden perfectamente y conocen de dónde viene y adónde debe ir esa mercancía que entienden como el fluir natural de los ceros a la derecha, sin ruidosas máquinas elevadoras ni chalecos fosforescentes. Funciona desde hace siglos con impecable regularidad y discreción. ¿Recuerdan ustedes a menudo que los bancos españoles aún deben al erario público más de sesenta mil millones de euros? Me acordaba estos días cuando se romantiza a unos tipos que forzaron una vitrina y se llevaron unas joyas aparatosas y algo horteras que valen unos noventa millones. Su atractivo peliculero ha ocupado mucho tiempo en los informativos y cuando les atrapen seguro que veremos sus fotos y biografías hasta en la sopa. Del otro asunto no se sabe nada.

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