30/10/2016
 Actualizado a 13/09/2019
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En mitad de un largo veranillo otoñal, llegaron los Santos, y con ellos vuelven los cementerios a llenarse de vivos. Me encanta pasear por el nuestro en esta época, recorrer sus barrios que, como decía Luis Carandell, son el negativo fotográfico de los de las ciudades, con sus augustos panteones y los nidos de nichos representativos del nuevo urbanismo. Ver las lápidas llenas de flores frescas, y a las mujeres acicalando tumbas, encontrar amigos y conocidos que acaso tuvieron que abandonar su tierra y regresan para cerciorarse de que allí siguen sus raíces.

Seguimos conmemorando la muerte aunque sea sólo en estos días, aun en un siglo que trata de vivir de espaldas a ella, porque en ella fracasan el bienestar, la tecnificación y la ciencia, que con todo lo que nos ofrecen, huyen y nos dejan solos cuando nos asomamos a la tumba.

España ha cambiado mucho desde que en 1975 escribiera Carandell aquel magnífico ‘Tus amigos no te olvidan’, recopilación de lo más celtibérico de nuestra cultura funeraria. Las costumbres son ahora mucho más monótonas que cuando los velatorios se celebraban en la casa del difunto, las esquelas incorporaban dedicatorias tragicómicas, los epitafios desbordaban creatividad y los entierros eran verdaderas procesiones, «Se diga lo que se diga / qué bonito es un entierro / con sus caballitos blancos / y sus caballitos negros», cantaba Espronceda.

La forma en que nos morimos sigue siendo un reflejo de la forma en que vivimos, así que ahora lo hacemos en serie y con desgana, siguiendo un protocolo estándar e igualitario: tarde de tanatorio, esquela de formulario, paseo al cementerio en la intimidad familiar y para casa. Y como nos acompañaron en la vida, nos siguen hasta la muerte las tasas descomunales, la espantosa burocracia y los escándalos municipales millonarios.

Pero España es tierra de contradicciones, y aunque tratemos de vivir de espaldas a la muerte y hagamos de nuestro último paseo un trámite tibio y normalizado, seguimos siendo aquel país del que decía Quevedo, cuando miraba a los muros de su patria «Y no hallé cosa en que poner los ojos / que no fuese recuerdo de la muerte». Y así, aunque aquella inscripción que rezaba «Aquí yace media España que murió de la otra media» date de principios del XIX, llaman «nueva política» a algo tan típica y ancestralmente celtibérico como abrir fosas, buscar huesos y derribar monolitos funerarios testigos de guerras pasadas, que quieren ganarse ahora a costa de no dejar en paz a los muertos.
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