10/09/2016
 Actualizado a 19/09/2019
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Lo dice la Real Academia: un rigodón no sólo es una contradanza (del inglés ‘country dance’, no piensen mal), sino que, además, tiene una curiosa acepción en el español de Filipinas, ese archipiélago cuyo presidente insulta a Obama a lo tabernario. «Acto presidencial en el que se cambia de puesto a un político criticado en lugar de destituirlo», refiere la segunda acepción del diccionario. Muy ricamente. Igual podía haber dicho «soriasis», por el exministro expanameño, o hablar de las «puertas giratorias», que, más que girar, abren solo para algunos. Pero la mención a una danza suena más elegante, más cortesana, más como el baile de momios en que derivan algunas carreras políticas. Y luego ofende lo de casta, como si no fueran un linaje de paniaguados y colegueo. Ni aristocracia ni meritocracia; una nepotecracia –perdón por el palabro– en la que no hace falta ser sobrino y los demás somos primos.

Dos glosas nada más. Con ser indignante la forma e indigno el designado, con todo, lo más grave fue la mentira: miembros del gobierno en funciones, presidente incluido, argumentaron que se trataba de un concurso público de funcionarios y era obligado resolverlo así. Mintieron. Segundo: resulta práctica frecuente en la administración española que se premie con prebendas a subalternos dóciles y acomodaticios elevados a cargos y carguillos donde posturear y servir de parapeto a los que mandan, amparando caprichos y arbitrariedades. Esos comisionistas de la mezquindad del poder, a menudo procedentes de un primer dedazo que perpetúan a golpe de riñón, constituyen una ralea intermedia de pocas luces y mucha ínfula. Con frecuencia no tienen otro oficio ni beneficio; pero, como los intermediarios de la economía, medran con el trabajo de los demás. Es el sector más engordado, en la administración y en la privada: jefes, asesores y listillos en general, mandones por delegación y un extenso etcétera de sueldazos. De ahí este rigodón, este ‘ballo in maschera’ tan impúdico.
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