Esta semana se despide agosto, lo que significa el fin de las vacaciones para muchos españoles. La cuarta ola de calor del verano también se ha marchado, el otoño llama ya a la puerta. El tiempo avanza, para bien o para mal, sin hacer jamás una pausa, sin dar tregua.
Lentamente las cosas vuelven a su funcionamiento habitual después de este tiempo de pausa. Toma de contacto, retomar la rutina o vuelta a la realidad son expresiones que se escuchan con bastante frecuencia en estos días.
Algunas personas se ven afectadas por el conocido como síndrome postvacacional, sufren ansiedad o depresión ante este retorno. Para otros, sin embargo, supone un alivio regresar a la vida normal.
Dicen los psicólogos que, lo mismo que cualquier cambio, esta época se debe intentar enfocar como un comienzo más que como un final. Claro que hay situaciones en las que aplicar este consejo es del todo imposible. Y hechos que no ayudan a mantener una actitud positiva.
Por ejemplo, la pasada semana hemos conocido la noticia, o más bien la advertencia, de que el inicio del curso escolar acarreará este año los gastos más elevados de la historia. Esta previsión provocará que los padres se enfrenten al inevitable desembolso con inquietud e incertidumbre.
Pero a quien no tenga escolares a cargo, tampoco le faltarán quebraderos de cabeza. Plantarle cara al trabajo, con el estrés y demás problemas que suele llevar asociados. O quizás afrontar nuevos proyectos.
En cualquier caso, se trata de superar un proceso de adaptación. Tenemos por delante la temida cuesta de septiembre, cada cual la escala superando sus propios retos como mejor puede. No es reprochable que a veces no hagamos gala del mejor de los humores. Tampoco que, por una causa u otra, los nervios permanezcan a flor de piel. Hay que entender que nuestros demonios interiores están siempre al acecho de la ocasión perfecta en la que hacernos estallar.
Paciencia y respeto, nadie dijo que los principios sean fáciles.