19/12/2023
 Actualizado a 19/12/2023
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Hace ahora un par de años tuve la suerte de comer en un restaurante en Belén y contemplar desde la ventana las encaramadas y apretujadas casas de color claro de la pequeña ciudad. Nadie podría imaginar hace veinte siglos que un lugar tan poco atractivo como éste iba a tener tantas representaciones en el mundo. Al contemplar los distintos belenes, muchos de ellos idílicos, uno se da cuenta de que no siempre reflejan el original, sobre todo cuando sobreabunda el musgo, puesto que el verdor parece que brilla por su ausencia. Pero lo cierto es que pocos pueblos podrían hacerse más famosos que aquel en el que nació el personaje más importante e influyente de la historia de la humanidad. ¿A que no encontráis a ninguno que le llegue a la suela de los zapatos o de las sandalias? Es verdad que nació a las afueras del pueblo, en una cueva, pero tampoco sorprende que, visto lo que ha sucedido después, se trate del mismísimo Hijo de Dios.

Independientemente de los belenes que se sigan haciendo, algunos de los cuales parecen más bien una maqueta de nuestras tierras y costumbres que la ciudad del Rey David y de su gran descendiente, hay muchos belenes vivientes que son algo más que una copia del primero. Así los personajes se repiten en la vida de cada día en la actualidad. Cuando el Hijo de Dios se hizo hombre, asumió al mismo tiempo los problemas y miserias de la humanidad. Cuando tantas familias, por el capricho de los emperadores de turno, tienen que desplazarse de sus países de origen, podemos decir que es la misma familia de Jesús la que se desplaza. Y, cuando no hay posada para ellos, se le sigue negando la posada a Jesús. Menos mal que siempre hay gente buena como los pastores que, aunque no gozaban de buena fama, supieron compartir lo poco que tenían. 

De las figuras del nacimiento siempre hay una que destaca y que no suele faltar. Es el palacio de Herodes. También se repite, porque se repiten los nuevos Herodes y sus víctimas, especialmente los niños, nacidos o antes de nacer. En este momento en el país de Jesús mueren muchos más que la primera vez.

Al salir del restaurante, fui a dar un paseo, solo, por las calles de Belén. No había peregrinos, por eso de la pandemia. Me parecía un sueño estar en Belén, pero al mismo tiempo tenía una sensación de verdadero miedo ante las miradas extrañas de aquella gente víctima de la miseria y la necesidad. El Hijo de Dios viene a nosotros, pero a veces seguimos sin hacerle caso en el Belén de nuestro mundo.

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