25/02/2022
 Actualizado a 25/02/2022
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El título, dadas las actuales circunstancias políticas, bien podría hacer pensar que esta columna va de eso, de política. Pero no, Dios me libre, va algo igualmente cotidiano, pero mucho más pedestre y material, menos espectacular (de espectáculo) pero que, a su manera, también tiene su importancia. Y sus riesgos.

Se trata de los edificios, estas moles que unos proyectamos, otros construyen y todos usamos. Moles legalmente obligadas a mantenerse en pie cien años, que antes duraban sin duda más, por necesidad o por calidad, y que ahora, aunque claro que sí pueden cumplir ese plazo, vaya usted a saber, a lo peor duran menos, mayormente por la propia dinámica del desarrollo de las ciudades y, también, claro, por aquello del negocio y la fiducia.

Claro que, para que duren ese tiempo, algo de cuidado hay que dedicarles. Y ahí, ya, la cosa se complica.

Los edificios envejecen como las personas. Creo que ya lo he escrito alguna vez pero seguro que lo he dicho muchas veces a comunidades y usuarios. Según van ‘teniendo’ años, les salen arrugas, pupitas, úlceras, se les cae el pelo o se les va ‘la color’. Si a nosotros nos pasa algo de eso, inmediatamente tomamos medidas para corregirlo. Pero en los edificios la cosa cambia.

No tenemos ni cultura ni costumbre de revisar y mantener los edificios, aunque eso sea necesario. Si acaso, como en el dicho popular, nadie se acuerda de Santa Bárbara hasta que truena. Y no sé porqué. Si se tratara de un coche sí; cumplimos los calendarios de revisiones religiosamente, lo limpiamos y conservamos, pero en un edificio… Y eso que un edificio es por su constitución, y a pesar de todo el buen aspecto que pueda tener, algo mucho más grosero y menos fino que un coche, sus materiales no pasan por un proceso industrial de la precisión y acabado como el de un automóvil. Son de piedra, mortero, ladrillo, yeso…

Pero no por eso no precisan cuidados. Es más, consecuentemente con ello, al final de la construcción se ha de entregar a la propiedad el ‘Libro del Edificio’, un documento que incluye planos, descripciones, condiciones de mantenimiento y la lista de proveedores y empresas que han intervenido para facilitar reparaciones o garantías.

Por desgracia eso no sirve de mucho. Cuando se trata de una vivienda individual, todavía, aunque suele terminar olvidado en un armario, pero si se trata de un edificio con comunidad de propietarios, el libro se entrega al promotor, y el promotor a la comunidad constituida (y eso no siempre). Por lo general en muy poco tiempo, misteriosamente, ese documento se pierde entre los pliegues del espacio-tiempo como en una novela de ciencia ficción, y de él, de ese libro de instrucciones… nunca más se supo.

No es que tener esas instrucciones mejoraran o mejorasen las intenciones de mantenimiento y renovación, seguro que no, pero, al menos, quizás, a alguien le podría picar la curiosidad y así dedicarle a su edificio un poco de atención.

Por Ley (y por seguridad), ascensores y calderas han de revisarse periódicamente. Pero esas instalaciones, con ser importantes, no son las únicas partes del edificio que merecen nuestra atención.

Por ejemplo algo tan simple como los canalones de cubierta, que deben ser limpiando todos los otoños, para así evitar atascos y sus correspondientes goteras, o que le salgan hermosas plantas cual maravilloso tiesto. Juraría que eso no lo hace nadie.

También las arquetas de desagüe del edificio, sobre todo en estos tiempos en que las toallitas higiénicas campan por todo tipo de vertedero.

O a pintar su casa de vez en cuando. Bueno, quizás las recomendaciones son un poco excesivas, pues se dice que es conveniente hacerlo cada cinco años. Uf! Como si fuera gratis, sin contar el follón que supone mover todo el mobiliario.

O actualizar la instalación eléctrica general, que después de años y años se ha quedado obsoleta, sino peligrosa, incluido el pararrayos si lo hubiere.

Y no vamos a decir nada sobre las eficiencias energéticas, la contaminación de las calefacciones y los contadores calorías.

Éstas y muchas más son las indicaciones que raramente se cumplen, olvidando lo dicho al inicio: los edificios envejecen, no se mantienen limpios y primorosos como el primer día y no se autorregeneran. Ni, mucho menos.

No hay cultura de conservación de los edificios de viviendas, y no es raro ver, yo he sido testigo más de una vez visitando alguno que otro, que la comunidad se quejaba amargamente de los miles de euros que iban a tener que gastar en ponerlo al día. ¡Después de no gastar ni un duro en treinta años!

Y no solamente eso. Este habitual abandono del mantenimiento, cuando acaba en el juzgado, y muchas veces acaba, concluye la demanda con una sentencia en contra de los propietarios precisamente por no haber mantenido y actualizado su edificio.

En definitiva: que tu casa es TU CASA, quizás tu mayor inversión. No la olvides.
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