Rebeldía en el campanario

27/05/2025
 Actualizado a 27/05/2025
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Desde el balcón de los geranios engordados a base de pasión, se destila una primavera que no llega a cuajar cuando la aurora la niega tres veces. Una por campanada. Su tañer teje un espacio propio de herencia recibida y de tradición sesgada, que, pese a todo, hemos incorporado a la memoria colectiva hasta el punto de considerarlo nuestro. Una melodía empapada de idioma, pero también de un endemoniado toque que sale de la cumbre eclesial, persistente, cadente, obligado…Entenderlo como algo integrado en el paisaje urbano a veces contradice eso del pensamiento social. Y no porque destile un fin de fe que saca pecho desde el sonido, sino porque la cercanía a esa estructura de hierro fundido puede llevar al suicido a los tímpanos más tolerantes. En Ponferrada las campanas de San Ignacio se han hecho fuertes en el barrio. Saludan a las mañanas, llaman a muerto o cuentan que Habemus Papam. Casi son un medio de comunicación que habla en ‘tintones’, bueno, que a veces grita y la diferencia entre una cosa y otra se mide en decibelios. De sonido a ruido van unos cuantos de diferencia y el badajo no se ha resistido a enseñar su fuerza de choque contra las paredes huecas de metal, hasta que alguien quiso hablar aún más alto que ese pretencioso sonido. Un basta ya resonó en una sala de audiencia del juzgado de Astorga, el mismo que le tiró de las orejas a las campanas y les obligó a bajar la voz o a enmudecer. Habían superado con creces la posibilidad de convivencia y uno de sus vecinos levantó la mano para decirlo. Y, presuntuosas ellas, las campanas decidieron no acatar la sentencia. Quieren seguir pulsando el llamador de las liturgias, tocando a bautizo, palpitando con vida, fuera de los foros que la amonestan. Adecuarse o callar no es opción para ellas que se hacen las sordas, será por mantener la agudeza de ese sonido como vestimenta diaria de la vocación cristiana. Tal vez no se han dado cuenta que eso de vivir en un estado aconfesional no casa con el llamado desde la cima de las iglesias a su propio redil. Y que el respeto al otro también subraya lo de amoldarse, sobre todo cuando impera la ley que, en su propio significado recoge que está por encima de la costumbre. 

Pero el juzgado se hace pequeño frente a tanta canción protesta que manifiesta su preponderancia ejerciendo lo penado. Y así, queda claro que justicia y religión no ocupan el mismo cajón en el pódium. Y que meterse entre la escayola de los santos es una ofensa que no entiende el camino acompasado de un todos. Vamos, que la sordera o el estrés auditivo son invenciones que no ha creado Dios y el hombre se equivoca al defender salud frente al empuje de la fe. Eso de judicializar unas campanas, válgame el cielo, es un retrato del ateo…Aconfesional, dicen, ja.

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