20/01/2024
 Actualizado a 20/01/2024
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Durante toda la navidad, mi hijo Alex de 14 años llevaba cada día puestos pantalones de chándal, los que ahora llaman ‘joggers’ en todas las marcas. En principio, como ambos pasamos la terrible gripe A, pensé que simplemente había decidido ponerse cómodo, ya que salíamos poco de casa, pero a medida que el virus fue remitiendo y empezamos a pisar calle, observé que seguía con la misma indumentaria «doméstica» y ya empecé a mosquearme. Típico pensamiento de madre: «¿Por qué no te pones ropa mejor teniendo el armario lleno? No lo entiendo…». Y ahí llegó la verdad, con su gran soplo de aire frío: «Porque no me sirve. Mira cómo me quedan todos los vaqueros».

Fue probándose uno a uno y parecía dispuesto a pescar cangrejos. Cuatro pares de pantalones recientes habían pasado a la categoría de inservibles a no ser que, efectivamente, acompañase a algún amigo a orillas del Tera con reteles. 

El estirón llega cuando menos lo esperamos y los padres y madres apenas nos damos cuenta, la convivencia hace que los cambios diarios pasen desapercibidos, aunque al dormir un pie salga por encima de la litera colgando como un paraguas.

«Por lo menos hemos tenido la suerte de que haya crecido durante las rebajas», pensamos su padre y yo. Más bien lo pensé yo, porque los papás no hacen de esto un problema. Así que fuimos de compras con la satisfacción de poder rehacer el fondo de armario con un presupuesto menos hostil a la cartera.

Algunos no les tienen mucha fe a las rebajas. Suponen que se rebaja poco y solo material sobrante de muchas temporadas, pero realmente muchas marcas sí ofrecen descuentos sustanciosos. Reconozco que soy una de esas personas que sienten satisfacción cuando logran atrapar al vuelo algunas gangas. Tiene cierto aire triunfal esto de conseguir más por menos si es que llegas a encontrar la talla deseada. Esa chaqueta que en noviembre te hacía «ojitos» y ahora la llevas puesta por «menos es nada…».

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