Ratas y rastas

Juzgar a alguien por su apariencia física es pueril. Cierto es que la mayoría de nosotros lo hacemos o lo hemos hecho en alguna ocasión, y lo que pudiera ser admisible cuando jóvenes e inexpertos, llegados a mi edad o parecida es del todo imperdonable, más si cabe cuando esos juicios los hacen quienes ocupan o han ocupado cargo público de representación política. Quién se ha vestido o se viste con prebendas sobornadoras o quien se cubre de pulcritud en sus formas y aun así es capaz de tratar con absoluta falta de respeto a un trabajador, que no su esclavo, o que incluso usa sus horas de gestión para jugar a digital pasatiempo, son ellos quienes más razones tienen para permanecer callados. Alguno de ellos son las ratas de la política española que se aprovechan de lo putrefacto del sistema en su propio beneficio en lugar de dedicarse a combatirlo como es su obligación. Mirando la imagen de los 350 congresuales no alcanzo a saber quién o quiénes de ellos se dedicarán a trabajar en el día a día por el bien de los ciudadanos y quienes, por el contrario, aprovecharán la legislatura corta o larga para llenarse los bolsillos. Escucho y leo a los grandes analistas políticos nacionales y me sorprendo al comprobar como exigen altura de miras solo a unos mientras que nunca se preguntan por cuál es la razón según la cual hay un partido al que prácticamente le resulta imposible gobernar más allá de hacerlo cuando el pueblo, o el sistema electoral, le otorga mayoría absoluta. No se preguntan nunca que es lo que tiene ese partido que gobierna con puño de hierro cuando el balón es suyo y mendiga apoyos de aquellos a quienes desprecia y a los que considera desleales a la nación cuando mantienen firmemente los compromisos electorales por los que el pueblo los ha elegido. Bien harían, tanto unos como otros, en parar un minuto y pensar en nosotros y no en ellos. Encontrar la salida no será fácil pero aun así, podemos. Señorías, llevar corbata no te da dignidad, llevar rastas no te la quita.