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El rastro de las Ordenanzas

20/06/2025
 Actualizado a 20/06/2025
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Paseaba hace unos días con un amigo no versado en esto de la construcción, los edificios y sus rollos, y lo hacíamos por l centro peatonalizado hasta llegar a la plaza de las Cortes.

Mostraba allí su extrañeza por la sinfonía de alturas de los edificios: una torre de catorce plantas (la torre de Torbado), al lado de otro de tres (el Colegio de Médicos), y frente a otro de cinco. Y así toda la Plaza. Bueno, toda la plaza, y prácticamente casi cualquier parte de la ciudad.

Explicarlo parece sencillo, pero no tanto.

Y todo es cuestión de Ordenanzas, una cosa que allá por los años mozos (muy mozos), en que andábamos estudiando la carrera de Arquitectura nadie, pero nadie, nos dijo que tal libreto existía: nos explicaban cómo se construía una casa, que teníamos que instalar en ellas, cómo ordenábamos las varias dependencias, los volúmenes, colores, materiales, todo… menos que había una normativa que se llamaba ‘Ordenanzas Municipales’ (incluso otras que se llamaban de ‘Viviendas de VPO’ y que eran aún más restrictivas), que nos limitaban y obligaban a una serie de cosas que no dudo hubiéramos tildado, entonces, de «asombrosas». Aunque, más bien, probablemente, no nos lo contaron para no asustarnos. Todo era estupendo, el futuro estaba ante nosotros, magnífico y luminoso.

Nadie nada nos contó de esas cosas terrenales. Bueno, uno de los profesores de Construcción, un día que estaba explicando en la pizarra cómo vigas, pilares, forjados y escaleras daban realidad a los edificios de vecinos, se volvió, paró la exposición y sentenció: «Por cierto, no les quepa a ustedes la menor duda, la Tercera Guerra Mundial empezará por las comunidades de vecinos», y, tan pancho, siguió dando la clase. Y allí nos quedamos con los ojos como platos, a nuestros ventipocos años, y sumergidos, como estábamos, en el arte y la teoría de la arquitectura. Fue el único trazo de realidad que recibimos en toda la carrera. Trazo bastante correcto, por cierto.

Pero hablemos de Ordenanzas y la ciudad.

Durante siglos, solamente los edificios monumentales (catedrales, palacios, iglesias…) superaban las dos o tres plantas de altura, en calles que se generaban a sentimiento y necesidad de los habitantes.

No fue hasta la Ilustración (siglo XVIII), que aparecieron las primeros intentos de ordenanza, restringidos básicamente al trazado d viales, que se ordenaban geométricamente según un diseño ortogonal.

La mejora de la tecnología de construcción de la revolución industrial posibilitó aumentar las alturas, y ya a finales del XIX se hizo necesario reglar también ese extremo.

Por aquí, no fue hasta los años 50-60 que se empezaron a ordenar alturas en función de los anchos de vial, baja y dos plantas para 8 metros de anchura, hasta baja y ocho para las más anchas, además de la posibilidad de dos plantas más en áticos retranqueados, permitiendo algunas licencias extraordinarias, como que, en una plaza o en calle con edificación en un solo lado, se admitían alturas de hasta trece plantas, con aprovechamientos muy jugosos del suelo, tanto que se llegaba a operaciones realmente excesivas. Así que, quizás por aquello de «que por la caridad entra la peste» aplicado a la construcción, en una primera reforma se eliminaron las alturas extraordinarias y en una segunda los dos áticos retranqueados, en buena parte por los problemas de goteras que provocaban.

Con todo, con la aprobación del Plan General de Ordenación de 1982 se fijaron nuevas alturas y aprovechamientos de parcelas, dejando como máximo para las calles más anchas la altura de baja más cinco (y progresivamente hacia abajo para las menores), con fondos edificables limitados. Todo ello con la intención declarada públicamente, de rebajar a la mitad las ganancias de los propietarios de suelo, cosa que no se consiguió en absoluto, porque el propietario de un solar para 50 viviendas, que luego fueron 25, siguió pidiendo lo mismo, y si no, no vendía. ¿Qué se logró?, que los precios de las viviendas subieran. Sí disminuyó la densidad de las viviendas por manzana, aunque la mayor parte del mal ya no tenía remedio.

Y así, por reducciones en ordenanzas sucesivas, tenemos el perfil de ciudad que tenemos, con medianeras enormes que ya nunca se van a tapar (hasta que se derribe el edificio), al lado de inmuebles de 6, 3, 5 plantas. Es la ciudad que tenemos.

Claro que las hay peores. Recuerdo una anécdota bastante conocida entre los arquitectos gallegos. Cuando hacia 1980 la reina Sofía hizo una visita a Carballino, bajó del coche, miró hacia arriba y, después de unos segundos dijo sorprendida: «¿Pero estamos en Galicia o en Nueva York?». Y de algunas calles del centro de Ponferrada también algo diríamos. En fin, que en todas partes cuecen habas.

 

20 06 2025 Álvarez Guierra
20 06 2025 Álvarez Guierra

 

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