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Ramos y Redención

13/04/2025
 Actualizado a 13/04/2025
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De palmas y de olivos. O de un Cristo volado y del Gran Poder. Quizá de ‘Dainos’ (Señor, buena muerte). O de Redención. Fluye en la ciudad el Domingo de Ramos en sagrada cascada, y desde las alturas de una nueva catarata de encapuchados multicolores, cualquier romance con la intimidad es posible. Diríase más. Cual estrellas rutilantes, es la mezcla –que nunca mezcolanza– que cada dominica previa al Gólgota cristiano y sangrante, agita las calles leonesas desde la mañana a la noche. Porque en las horas postreras del viernes anterior, ya ha quedado dormida la Dolorosa del Mercado, que no entiende de túnicas ni de papones. Sólo de devotos. Y después de ella, encapirotado, el peregrinaje sabatino del Camino de la Pasión y la Esperanza, que, en oscurecida fervorosa, llegó anoche a término y clausura, junto a las piedras labradas de un San Isidoro sabio.

Se abre, hoy, un flamante y nuevo Domingo de Ramos. Y cogiendo la vereda de los sucedidos procesionales a partir del 91 último, resulta obligado acentuar que, desde entonces, en la jornada laureada de la Semana Mayor de la capital leonesa –la de la entrada de Jesús en Jerusalén a lomos de un borrico–, se han retomado los orígenes que distinguieron, siglos atrás, a la enlutada Pasión urbana. O buena parte de ellos. Cada primavera, cuando la luz declina y se torna áspera, inicia la marcha con caminar grave la procesión de una hermandad, que, si bien es joven por estatutos alumbrados, parece centenaria y bruñida por sus fundamentos. O por su espíritu. Y a fe que lo es. La cofradía de Nuestro Señor Jesús de la Redención, la de los hermanos de la sarga negra, capillo, bocamangas y cíngulo rojos (vulgarmente cordones), lo ha logrado. Fundada un 17 de enero –festividad de San Antonio Abad– bajo los auspicios del prelado alicantino Vilaplana Molina (diócesis de San Froilán 1987-2002), vino a cubrir un vacío que los viejos papones añoraban: la seriedad y el orden. En definitiva, la matriz y el pilar de las manifestaciones cristianas fuera de los templos.

La recuperación del uso de las horquetas por parte de los braceros de esta mirífica Redención, ha conjugado una estética que parecía perdida y tristemente olvidada. Y, en paralelo, el rítmico golpeo de ellas sobre el suelo al efectuar el raseo, transporta al espectador a otras calendas. Una postal a la vieja usanza, que merece ser enmarcada por cuanto representa. Seriedad y silencio. Y compostura.

El cortejo procesional, que se inicia a las nueve de esta noche desde el Museo Diocesano y de la Semana Santa, merece ser contemplado. Y admirado. Será como volver a respirar el aroma de lirios y azucenas de cuando la ciudad vivía una Semana Santa austera y ‘muy a la leonesa’, muy particular. Muy de ‘casa’. Algo que nunca, jamás, debió perderse. Y mucho menos adulterarse. 

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