Aquella tarde no había quedado con nadie para ir a la presentación de la nueva novela del autor de moda en nuestra ciudad, pero yendo para allí, a la altura de la Plaza de la Inmaculada, me encontré con Eme, un personaje entretenido que, además, tiene mi afecto y me quedé en su compañía pues también se dirigía al mismo sitio que yo. No tardamos en llegar embebidas en una animada conversación al hilo de los acontecimientos que nos esperaban y sobre todo porque ambas recordábamos que, en la presentación de la novela anterior, siendo el autor merecedor de todo reconocimiento, este había sido escaso y el acogimiento frío.
El caso es que, esta vez, cuando llegamos a la sala comprobamos que por allí andaba la sal y el son del mundillo, charlando, en corrillos más o menos animados: «¡el comportamiento del público siempre es un misterio!», exclamó Eme blandiendo su dedo índice al aire y con mirada cómplice pues ambas sabíamos qué era lo que ella pensaba del tan ilustre conjunto de personas llamado público. Nada más entrar nos interceptó el primer grupo con bastantes ganas de hablar; una serie de personajes que habían acudido sin más interés que el de sociabilizar en un ambiente a su gusto, no hay que olvidar que el mundillo cultureta está dotado de cierto glamour. Yo no intervine en la conversación en ningún momento, no así Eme que asentía a todo e incluso se echó alguna maliciosa risa. En este tipo de eventos una nunca sabe a ciencia cierta cómo ha pasado de un grupo a otro, el caso es que desde que entramos hasta que comenzó la presentación nos dio tiempo a hablar con un buen número de personas. Eme disfrutaba de lo lindo y supo acomodarse a cada conversación no solo a los primeros, también a los que iban con la esperanza de aprender algo o a los que pretendían recopilar información para acercarse mejor al momento creativo del autor e, incluso, a los que estaban a allí como podían estar en cualquier otro sitio. «¿No es un poco cínico conversar con todos por igual sin tomar partido por ninguno o, lo que es peor, hacerles creer que sus motivos son los mismo que los nuestros?» reivindiqué puerilmente, pero Eme me contestó: «nosotras no estamos aquí para opinar ni para adherirnos a las reflexiones de ningún grupo de Monos Sabios» y añadió «pero no te hagas ilusiones: somos tan público como ellos».
No hacía ni dos días había estado conversando con otra amistad sobre la hipotética autoría de Harry Harlow en el experimento de los monos, la escalera y el plátano. Recuerdo que cuando descubrí el experimento, me sentí fatal. Haciendo un recorrido por todos los actores del mismo, incluida la jaula y la escalera, (al plátano vamos a dejarle tranquilo por el momento) y asumiendo sus roles vi, que me sentía capaz de representar cualquiera de los papeles y dando un paso más, llegué a la conclusión de que hoy, la vida humana, se desarrolla en ese único escenario. Supongo que las palabras ‘Mono Sabio’ me lanzaron al ojo del huracán de mis pensamientos y me vi, sin querer, haciendo un paralelismo entre esto y aquello, abstrayéndome de todo lo que me rodeaba.
Asumiendo el escenario al que nos vemos abocados y ante la imposibilidad de sustraernos como actores, como bien había dicho mi amiga Eme, hoy toca estar en el público, ese ente de diluida personalidad, ese grupo nutrido de Monos Sabios que observan atentos al elemento del grupo que se desmarca: quién es el público y dónde se encuentra, ¿es cierta su fama de ingobernable o ¡puro mito!? ¿Ejerce su influencia sin cadenas o es el guardián de la consigna que le imponen y ejecuta su poder sin compasión? ¿Hay un solo público o cada escenario del escenario requiere el suyo cuyas características particulares le diferencian de todos los demás, pudiéndose organizar, así en cantidades y calidades? ¿Es verdad que las razones que lo mueven son un misterio y le reúnen entorno a cosas que tan pronto son banales, bondadosas, vacías, preciosas, profundas, intensas o necias?, ¿es verdad que sus gustos son infundados?, ¿es verdad que entre estos acampan los necios como si estuvieran en su casa? En total que embebida en estos pensamientos me senté al amor y el calor del acontecimiento que habíamos ido a presenciar.
Vi al autor comenzar su presentación con ganas antes de hundirme en el profundo sopor al que me arrastraron mis pesquisas y luego me medio dormí o me dormí al completo, y el subconsciente me hizo una mala pasada: Vi a aquel hombre que en un momento dado de su perorata se callaba y poniéndose de pie lanzaba su novela al público. Vi al editor, que estaba sentado a su derecha, ponerse en pie y sacar de debajo de la mesa, un buen racimo de plátanos que ofreció al autor sin dudarlo ni un momento. De pronto el aullido del público se elevó sobre todas las cosas y yo rompí mi silencio gritando despavorida: ¡el plátano noooooooooo! ¡El plátano noooooooo! Ante el silencioso asombro de toda la concurrencia.