12/07/2023
 Actualizado a 12/07/2023
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Vivo entre la tentación perenne de mantener silencio y la necesidad de hablar, de comunicar desde la palabra. Es bueno hablar y es bueno callar, depende del momento, pero debo admitir que cada vez me cuesta más encontrar palabras que no estén malversadas.

En esta época de debates electorales me asombra esa capacidad de no decir absolutamente nada que tienen algunos discursos, por no mencionar los debates. Hubo un tiempo en que lidié con esa facultad que tienen los tertulianos para imponerse mediante técnicas como la repetición machacona del mismo dato, interrumpir al contertulio o simplemente gritar. A día de hoy me parece que tener la razón está sobrevalorado. El triunfo debería residir en la reflexión conjunta, en la búsqueda de respuestas y en el respeto por el interlocutor. Sin embargo, hay que tener razón, toda la razón, aunque esto sea el éxito de la sinrazón.

A estas alturas de la vida he escuchado tantas retahílas que no se correspondían con las acciones que en principio debían llevar aparejadas, tanto en la profesión como en el amor, que he aprendido a admirar a esas personas que van por la vida como descalzas, sin hacer ruido ni hacer destrozos en la vida de los otros.
Pienso que hay todo un universo silencioso, es más, que entre nosotros se desarrolla una conversación que fluye bajo el texto aparente y es en ese manantial mudo en el que acontece la verdadera comunicación, la auténtica conexión más allá del disfraz del ego. Hay tanta verdad en una mirada auténtica, en una mano tendida, en ceder cuando te das cuenta de que te has equivocado o en un gesto de disculpa, que el caudal de palabrería sólo empaña esa belleza.

Pero he aquí que el debate se extiende a la vida cotidiana, a los chats y reuniones con amigos. Hay que tener razón, hay que ubicarse, hacer ruido y dejar fuera o ridiculizar al que piensa diferente, porque nos puede quitar la razón.

Lo que ocurre es que quien vive desde la quietud y el silencio se va quedando al margen de lo que se entiende por normalidad e ingresa en ella esporádicamente como quien realiza una práctica actoral. Los otros le escrutan barajando dónde ubicarle, en qué signo, en qué dato, en el desprecio hacia quién. Cuando lo único que quiere es reflexionar y para eso lo que precisa es que se callen.
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