Que nunca se ha ido

«Muy buenas noches familia, soy Ramón García y aquí comienza ‘El Grand Prix del Verano’». Mira, pelos de punta. Este pasado lunes y un mes más tarde de que empezara la temporada estival, volvió a los hogares españoles el formato televisivo más recordado y reclamado por el público desde el mismo momento de su desaparición.

Casi dos décadas después me sentaba de nuevo frente a la pantalla para ver a gente caerse al agua, disfraces imposibles, una cinta transportadora solo para retroceder y un presentador entregado a la causa. Pero no, no estaba en la estufa de la casa del pueblo después de haber cenado un bocadillo de salchichas, mientras esperaba a que llamaran al timbre para salir a jugar hasta el toque de queda. Aunque algo se le parecía.

Me sorprende que la nostalgia pase tanto por este hueco que tengo en el periódico considerándome una persona con bastante mala memoria –supongo que las sensaciones no saben del olvido–, pero después de revivir la batalla entre azules y amarillos el pasado lunes no he podido evitar volver a cualquiera de las noches de aquellos veranos ‘dosmileros’.

Nostalgia es una palabra de origen griego que etimológicamente significa algo así como «regreso al dolor», y no fue dolor, pero sí recuerdos lo de hace un par de noches. El verano –o los veranos del ‘Grand Prix’– siempre han sido sinónimo de amigos y abuelos. Años más tarde las amistades se mantienen, aunque ya no nos desesperemos por no encontrar una tiza para jugar a flecha, pero hay personas que ya no miran asintiendo a la televisión como si pareciera que están de acuerdo con todo lo que dice ‘Ramontxu’.

La añoranza también entiende de ausencia, sin embargo, nunca antes me había sentido tan acompañada por alguien que ya no está. Una sensación de lo más curiosa para mí con la que convivo desde hace casi dos meses. Dicen que todo vuelve (aquí está el ejemplo del programa veraniego por excelencia), y quiero pensar, en este caso que lo que no puede regresar que sea porque nunca se ha ido.