Antes de conocer a la valdornesa que me ha robado el corazón, el arriba firmante discurría errante, pero a gran velocidad, por la senda del libertinaje, requebrando a cuanta moza se cruzaba en el camino como un Don Juan con más decisión que vocación, como es justo reconocer. En una de esas me acerqué con la peores intenciones a una chica en un pub del Húmedo, que con cierta incredulidad, casi sin acabar mi presentación afirmó saber, como era cierto, que trabaja en un periódico, –qué bien, pensé yo, una fan–, que me llamaba David y tenía por entonces 24 años, que descendía de un pueblo del Porma, ahí la empecé a mirar rarito, –está tía me ha investigado, pensé–, para terminar dándome los nombres exacto de la mita de mi árbol genealógico, lo que acabó de pasmarme. Con la mosca detrás de la oreja, ya me confesó que de fan nada, y ahora mucho menos, que era un torpe y un desgraciado y que vaya un periodista que no conoce ni a los, –las, más bien, maticé yo–, de al lado de su pueblo. Menuda una cura de humiltat me llevé, completamente falto de seny y de valors.
Pero no ha sido la única. Estaba yo tranquilamente disfrutando de los actos del centenario de Casa Benito atendiendo al filandón postmoderno de tres escritores de la provincia, acodado en la barra sin molestar a nadie, cuando me percaté deque una pareja allí sentada no me quitaba ojo y cuchicheaba, evidenteme, acerca de mi persona. Me han reconocido, concluí yo al recordar que anteriormente había estado con el camarada Gancedo informando a la parroquía de algunas anécdotas tabernarias maestralmente ambientadas por Rodrigo del grupo Tarna. Se levanta el hombre y camina hasta donde yo estaba y cuando ya iniciaba el movimiento para saludarlo con la cortesía que se exige al ídolo, el señor llama la atención de la cámarera y señalando con el índice a la caña XL que yo tenía diciendo «quiero una como la de este chico» ¡Qué jodido es ser famoso! Llegar a serlo, quiero decir.

Qué jodido es ser famoso
03/08/2015
Actualizado a
17/09/2019
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