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¿Qué futuro nos espera?

17/10/2022
 Actualizado a 17/10/2022
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Leí estos días uno de los ensayos más hermosos e inspiradores de los últimos años, aunque, en realidad, es un libro de viajes. Me refiero a ‘Islas del abandono’, de la periodista escocesa Cal Flyn, que hace poco publicó en España la editorial Capitán Swing, siempre atenta a las nuevas pulsiones que mueven el mundo. Es un libro que de verdad les recomiendo. Y no sólo porque The Washington Post lo considerara el mejor libro de viajes de 2021, sino también porque encierra bastantes enseñanzas, y provoca, sin duda, no pocas preguntas, a los habitantes de zonas cada vez más despobladas o abandonadas. Sé que es duro admitir que nosotros, como provincia, también como territorio interior de la península, estamos precisamente en esa situación, aunque no nos guste. Mejor admitir de una vez la cruda realidad y no dejarse llevar hasta el infinito y más allá, quizás convencidos de que poco o nada puede hacerse, y que cualquier esfuerzo terminará siendo baldío.

Hemos tratado aquí el asunto de la despoblación (y el envejecimiento galopante) en múltiples ocasiones. Pero, como suelen decir los analistas, y otros periodistas también, son más los debates (por lo demás, obvios) que las soluciones. Estamos en un momento en el que tiene mucho éxito ese deporte tan poco arriesgado, pero entretenido, que consiste en marear la perdiz.

Pero la realidad es obstinada. Algunos datos que se han publicado en los últimos días hablan de una pérdida imparable de población, incluso más grave de lo que uno se podía imaginar. Las proyecciones del Instituto Nacional de Estadística son nefastas para León. En los próximos quince años León será la segunda provincia que más habitantes pierda. Se estima que, en cuatro décadas, la población podría disminuir en cien mil habitantes, lo que, en términos absolutos, equivale a decir que nos dirigimos a la práctica desaparición, al menos como tejido complejo con capacidad económica suficiente, al menos como sociedad con peso en el contexto nacional. La situación es de extrema gravedad y ya no hay tiempo para lamentarse.

Por supuesto, a estas cifras tan preocupantes, se unen otras que tienen que ver con la coyuntura actual, como la crisis económica, el problema energético y la consecuente subida de precios que, cómo no, también afecta a León de manera contundente, hasta el punto de que recientemente se ha situado como la segunda provincia más inflacionista de España. Se quiera reconocer o no, estamos a la cabeza de demasiadas listas, pero son listas negativas, y no se trata de subrayar el victimismo que a menudo se nos atribuye, sino simplemente de echar un vistazo a datos más que conocidos.

Me pregunto si nos estamos rindiendo ante la evidencia. Pocas cosas parecen mejorar, si consideramos los informes y las estadísticas. Por si fuera poco, también la desigualdad de las rentas ha quedado constatada en los últimos días. Y nada produce más desazón y más freno al progreso que la desigualdad en todos sus ámbitos. Florecen las quejas sobre la falta de inclusión en los incentivos fiscales para luchar contra la despoblación, algo que sí ocurre en otras provincias, algunas de las cuales presentan proyecciones mucho más halagüeñas, por no hablar de lo que se considera ya una especie de abandono o caída, quizás inevitable, de la, sin embargo, hiperfamosa Mesa por León, a la que algunos dan por liquidada, aunque la Diputación insista en la necesidad de mantenerla viva. Ignoro por qué gran parte de las iniciativas de desarrollo, sin duda muy bien intencionadas, acaban encallando casi sistemáticamente, o van languideciendo, o muriendo por inanición.

Más allá de contexto internacional, de los peores en décadas, la situación doméstica se parece mucho a una tormenta perfecta. Es difícil resistir así y a veces resulta increíble, admirable, el estoicismo de los ciudadanos. No parece de recibo que pasen los años sin una perspectiva un poco más amable. He recorrido carreteras secundarias, ha pasado cerca de los incendios de este verano en Zamora, he visto que la depauperación se apodera a gran velocidad del paisaje, de algunos enclaves, de tal forma que no se atisba ni una sola posibilidad de mejora. Las infraestructuras, no se olvide, están reconocidas en todos los documentos al respecto como uno de los agentes fundamentales para fijar población y evitar el abandono de zonas rurales. Pero hay otras circunstancias que juegan negativamente en nuestra contra, entre ellas, claro es, el impacto climático, aunque algunos se empecinen en negarlo. Venimos ahora mismo de uno de los veranos más secos, no solo aquí, sino en toda España. Los problemas del agua no dejan de aumentar de manera exponencial, como se ha visto, y es seguro que, en pocos años, el agua se convertirá en un asunto incluso más preocupante que la energía. Lo que, muy probablemente, aumentará los conflictos y la desigualdad, hará más complejo el equilibrio social y ahondará en la despoblación, en la pérdida de talento, uno de nuestros grandes males, porque no hemos sabido, o no hemos podido, retener y cuidar adecuadamente a los que deberían ser protagonistas de la gran ola de modernidad que sin duda alguna necesita acometer, al menos, esta provincia. Perder talento es perder el futuro. Y, a lo que se ve, incluso el presente.

Pensé en todo esto (las últimas semanas han sido pródigas en noticias desalentadoras) mientras leía ‘Islas del abandono’, de Cal Flyn. Es, en realidad, un libro sobre los llamados paisajes posthumanos, desde Prípiat y Chernóbil a algunos barrios degradados de Detroit, pero también sobre desiertos, lugares contaminados, cementerios de barcos como en Staten Island, campos de batallas donde aún se ven las cicatrices de la guerra como en Verdún, el abandono de Swona en Escocia, o el resultado de la devastadora actividad volcánica en Plymouth, Monserrat. Nada que ver con nosotros, quizás. ¿O sí?

Flyn conoce el asunto de las España vaciada, y no deja de ser paradójico que uno de los caminos de mayor proyección mundial, el populoso Camino de Santiago, atraviese precisamente territorios de esa España vaciada. ¿Nos veremos sumidos pronto en islas de abandono, fruto de la huida a las ciudades, del envejecimiento, de la catástrofe climática, de la pobreza? Flyn dedica el libro a explicar cómo la naturaleza ha vuelto a conquistar muchos de esos lugares, cómo el abandono agrícola también está provocando el retorno a una nueva era de vida silvestre, cuando los humanos se retiran. Hay pueblos abandonados que están siendo reconquistados, pero de manera sostenible, adaptándose al camino de la naturaleza. ¿Está el futuro ahí?
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